La verdadera comunidad cristiana
Acercarte al hombre, al hombre moderno, es un arte. Lo esencial es esa fuerza prodigiosa de ponerte en la piel del otro, de ver el mundo con sus ojos, y de traer a la superficie, lentamente, lo que subyace en él: la comunión.
Cuando no es falsa, una comunidad cristiana se inserta como una espina en el cuerpo del mundo, se impone como una señal y se relaciona con todos como con un punto de encuentro entre el hombre y Dios, un lugar para el diálogo entre la criatura y el Evangelio, un sitio a donde el hombre llega, entiende y vive; finalmente, un lugar en donde la presencia cristiana se pone al servicio de los demás.
¿Tienen los miembros de la Iglesia el conocimiento debido de su medio social y de las condiciones humanas en concreto? ¿Tienen la suficiente sabiduría para explicarles a los demás el sentido exacto de la vida, el trabajo y el lugar que ocupan en el mundo?
Nadie se hace predicador de la noche a la mañana. Acercarte al hombre, al hombre moderno, es un arte. Lo esencial es esa fuerza prodigiosa de ponerte en la piel del otro, de ver el mundo con sus ojos, y de traer a la superficie, lentamente, lo que subyace en él: la comunión. Lo esencial es difuminarte, para dejar que sea Cristo quien hable.
¡Cuántas veces ocurre que una construcción teológica o una fórmula abstracta termina derrumbándose ante un crimen, una muerte o una soledad!
He conocido individuos grisáceos, sucios y desagradables que, al igual que un diamante que limpias del polvo, calentándolo después en la palma de tu mano, luego se transforman en una fuente de luz.
Más allá de la fachada de lo aparentemente intelectual, del cinismo o la indiferencia, cada persona esconde, de hecho, su aislamiento y la necesidad de una presencia.
Recibamos a Cristo como “alimento” y “bebida”, y luego caminemos por el mundo cual sacramentos vivos, como una Última Cena con movimiento interior. Porque, por medio de un hombre, aún uno silencioso, Cristo le hablará nuevamente al mundo y nos dará a todos el alimento que necesitamos.
(Traducido de: Paul Evdokimov, Iubirea nebună a lui Dumnezeu, Editura Anastasia)