La verdadera felicidad
Por eso, el Juiciosísimo Dios unió los placeres terrenales a tanta amargura, para que busquemos la verdadera y sincera felicidad. ¡Oh, bondad y sabiduría de nuestro Soberano!
Los placeres y consuelos de este mundo esconden una verdadera amargura y una engañosa dulzura, un dolor real y un placer dudoso, un descanso que condena y un triste gozo, un deshonesto honor y un elogio digno de reproche, una infeliz suerte y una vacía esperanza de felicidad. Por eso, el Juiciosísimo Dios unió los placeres terrenales a tanta amargura, para que busquemos la verdadera y sincera felicidad. ¡Oh, bondad y sabiduría de nuestro Soberano! Con mesura, oh hermano, dispuso que este exilio estuviera lleno de tristeza y temor, para que nuestro corazón no se deje vencer ni sea sometido por la dulzura de este mundo.
En toda la honra del mundo no hay más que pensamientos vanos e infelicidades completamente dolorosas. Cualquier alegría humana está llena de tristeza. Y a los que viven en penas, cualquier pequeño enojo les trae más sufrimiento. ¡Que grande es tu error y el daño que te haces, hombre, deseando que esta vida sea dulce y agradable, cuando está llena de aflicciones! ¡Oh, qué impericia la tuya! Sólo porque vives en paz durante algunos años, ¿desconoces ya el peligro de morir? Es lo que le pasa al enfermo cuando detesta el alimento que le es beneficioso, eligiendo el que más le daña, porque su estómago está convaleciente y no le gustan las hierbas que podrían sanarle, atrayendo más rápidamente su propia muerte.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, pp. 230-231)