La vida del cristiano, activa y mística
Todo está vinculado a ese centro místico interior, donde está Dios, con Su Reino y el Espíritu Santo. Así pues, no sé cómo podría subsistir una vida sin oración, sin ese centro místico, sin esa morada de Dios en nosotros.
Estoy convencido de que no hay una vida cristiana que no sea, al mismo tiempo, mística, es decir, unida “en misterio” a Dios. No conozco un solo cristiano que no sea también un místico. Y pienso en un cristiano verdadero, uno que comulga con frecuencia, que se confiesa, que santifica su vida interior. Estamos hablando de un estado místico, silencioso, discreto. “Entra en tu recámara y ora a tu Padre que está en lo secreto”. ¿Cómo podríamos orar, si no creyéramos en ese Padre celestial que se oculta en nuestro corazón y puede ver nuestro estado espiritual?
¿Cómo ser un buen cristiano, sin ese Espíritu recibido en el Bautismo, sin esa energía, sin ese fuego del alma, que, si mora en nosotros, hace que nuestro cuerpo se convierta en un mecanismo perfecto? Luego, en cada uno de nosotros hay un centro místico, secreto. Todo nuestro relacionamiento con los demás, nuestro amor, nuestra misericordia, nuestra humildad, nuestra buena disposición, todo lo que hay en nosotros se dirige a ese centro. Todo está vinculado a ese centro místico interior, donde está Dios, con Su Reino y el Espíritu Santo. Así pues, no sé cómo podría subsistir una vida sin oración, sin ese centro místico, sin esa morada de Dios en nosotros.
Los paganos tenían una pujante vida social y se ocupaban solamente de esa parte horizontal de la existencia. Sin embargo, nuestro Señor Jesucristo nos dice, en Su sermón de la montaña: “Buscad primero el Reino de Dios y Su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. En consecuencia, no creo que trabajar y ser activos en lo social constituya un obstáculo para nuestra vida espiritual, si al mismo tiempo contamos con un manantial que no se agota, es decir, la presencia de Dios en nuestro interior.
(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie Bălan, Ne vorbește Părintele Sofian, Editura Episcopiei Romanului, 1997, pp. 76-77)