La voluntad y el poder de Dios
Dios no quiere sino el bien, no hace el mal: a partir de esto, nuestro pensamiento no tiene que llevarnos a olvidar otra verdad: Su omnipotencia.
Frente a las divinidades de la antigüedad, el Dios del monoteísmo parece dotado de poderes ilimitados. Los dioses hacían lo que querían, en tanto que, sobre Dios, Bossuet dice que ni siquiera Él puede hacer algo en contra de la razón. Y sabemos que Dios no puede hacer sino el bien. ¿Hay, entonces, límites al poder divino?
Los teólogos lo explican así, distinguiendo entre querer y poder: Dios puede todo, pero no quiere todo, no quiere el mal, quiere solamente el bien, Él es el bien. (...)
Dios no quiere sino el bien, no hace el mal: a partir de esto, nuestro pensamiento no tiene que llevarnos a olvidar otra verdad: Su omnipotencia. El Espíritu Santo sopla donde quiere y Dios es soberano en Sus apreciaciones y elecciones: prefiere al publicano, encomia a la adúltera, llama a quien menos esperas.
Nuestra lógica, nuestra moral, nuestro sentido común no son nada ante la soberanía y la súbita omnipotencia divina, que a menudo nos sorprende, si es que no nos escandaliza. Porque no la podemos entender. Hay algo que tenemos que entender: que no la podemos entender. Ciertamente, tenemos que acostumbrarnos a esta verdad: necesitamos aprender a someternos.
Hay una sola cosa que Dios “no puede” hacer: salvarnos sin nuestro consentimiento.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Jurnalul fericirii, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2005, pp. 350-351)