Las enseñanzas de un santo para un mundo que sigue buscando a Dios
El abbá Antonio nos dice, ante todo, que cuando caigamos presa de pensamientos obsesivos y nos sintamos agobiados por un sentimiento de absurdidad y vacío, que es tan común en este mundo de pecado, simplemente tenemos que trabajar y orar con perseverancia, con una sincera devoción y con humildad.
Hace más de mil quinientos años, San Antonio el Grande dijo que «Vendrá un tiempo en que los hombres se volverán locos, y al ver a alguien que no está loco, lo atacarán, diciendo: “Estás loco, no eres como nosotros”».
Probablemente, esos tiempos anunciados por San Antonio son los nuestros, ahora. O, al menos, nos vamos acercando a pasos agigantados hacia ellos. Pero, habiendo aprendido todo esto, tendríamos que saber cómo proceder. El mismo San Antonio, junto con todos los santos, nos lo enseñó. Si fuera posible, los exhortaría, los instaría todos a leer las treinta y ocho sentencias de San Antonio, comprendidas en los Apotegmas de los Padres del Desierto. Todo lo que tenemos que saber para vivir está escrito ahí, con palabras simples y concisas.
El abbá Antonio nos dice, ante todo, que cuando caigamos presa de pensamientos obsesivos y nos sintamos agobiados por un sentimiento de absurdidad y vacío, que es tan común en este mundo de pecado, simplemente tenemos que trabajar y orar con perseverancia, con una sincera devoción y con humildad. Tenemos que estar atentos a nosotros mismos y dedicarnos a nuestro cuidado espiritual. Ocupémonos con lo que nos corresponde y que Dios y los demás hagan lo que les concierne a ellos.
También dice que, sin importar cómo sea cada uno de nosotros, tenemos que mantener a Dios ante nuestros ojos. Porque, hagamos lo que hagamos, siempre tenemos que actuar en conformidad con lo que dicen las Santas Escrituras, sin importar dónde estamos, perseverando siempre en el mismo lugar.
También nos dice, al igual que su amigo el abbá Pamvo, que no tenemos que confiar en nuestra propia razón, que no tenemos que permitir que el pasado nos intranquilice, que tenemos que dominar nuestra boca y nuestro vientre. Tenemos que ser responsables de nuestro propio comportamiento y también tenemos que aprender a esperar que vengan las tentaciones a embestirnos con dureza; esto, hasta nuestro úlcimo aliento. Además, dice que no hay salvación posible sin pruebas y tentaciones, y que, si no somos puestos a prueba, no podremos ser sanados, iluminados y perfeccionados. Nos dice, también, que cada uno de nosotros tiene su propia vida, que es única, que no hay dos personas iguales en este mundo y que cada uno de nosotros tiene que ser la persona que Dios creó: estemos donde estemos, en todo momento, con quien estemos y como estemos, según Su inefable Providencia.
San Antonio nos recuerda, igualmente, como todos los santos, que nuestra vida y nuestra muerte comienzan y terminan en nuestro hermano. Insiste San Antonio que, si nos ganamos a nuestro hermano, nos hemos ganado a Dios; sin embargo, si hacemos pecar a nuestro semejante, hemos pecado contra Cristo. Dice que toda la disciplina de nuestro esfuerzo, incluso nuestros estudios universitarios, son medios para alcanzar un propósito, pero que no son un propósito en sí mismos. El propósito es el discernimiento y el conocimiento, guardando siempre los mandamientos de Dios, de los cuales el primero y principal es el amor. También él nos neseña que nuestra única esperanza para librarnos de las incontables trampas de este mundo, que busca cómo esclavizarnos, radica en una sola cosa: la humildad al seguir a Cristo.