¡Las lágrimas de contrición son lo más valioso que hay en este mundo!
Viajando por el mundo, en un bosque observó a un anciano que lloraba amargamente por sus pecados, junto a un árbol. Entonces el ángel vio que las lágrimas del anciano parecían de fuego. Y recogiendo una de esas lágrimas, regresó rapidamente al cielo. ¡Dios la recibió inmediatamente!
—Padre, vienen algunos a confesar sus pecados, pero no cambian su forma de vida, no se transforman...
—Si no cambian, no deben comulgar inmediatamente, aunque sí se les debe absolver de sus pecados. Eso no puede esperar. En lo que respecta al arrepentimiento, quisiera contarles una pequeña historia. Cuando algunos ángeles cayeron del cielo, hubo uno que no se unió ni al maligno, ni a los demás ángeles que siguieron siendo buenos. Lucifer fue enviado al infierno con su cuadrilla, pero este ángel permaneció neutral. Habiendo elegido esta opción, con fuerza y con valentía divina, se dio cuenta que se había equivocado, pero ya los Cielos se habían cerrado, quedándose él afuera. Entonces, le rogó a Dios que lo recibiera de nuevo en el Cielo, pero Éste le puso una condición: “Tráeme lo más valioso que haya en la Tierra”. Los ángeles habían caído antes de la creación del hombre, pero pasaban ya miles de años y nuestro ángel se arriesgaba a quedarse eternamente afuera del Cielo, así que la condición impuesta por Dios fue para él una alegría, porque significaba que aún tenía una oportunidad.
Entonces, descendió a lo más profundo de los océanos y recogió la más bella perla. Al llegar al Cielo, Dios ni siquiera la vio. No la recibió. Pero cuando luchas espiritualmente y no ganas, la derrota es también una conquista: ¡el hecho de saber que no has ganado, es ya una victoria! Entonces, el ángel, al ver que la perla que llevaba no fue recibida por el Cielo, se espabiló:”¡Un momento! ¡Dios no necesita nada material!”. Regresando a la Tierra, vio que en un rio se bañaban dos niños y, en medio de sus juegos, uno de ellos comenzó a ahogarse. Entonces el otro se lanzó a auxiliarlo, ahogándose los dos. El ángel, testigo mudo de aquel suceso, tomó el corazón del niño que quiso salvar al otro y subió al Cielo con él. ¡Pero el Cielo no se abrió! ¿Ves cuánto fue aprendiendo el ángel? Así fue que, viajando por el mundo, en un bosque observó a un anciano que lloraba amargamente por sus pecados, junto a un árbol. Entonces el ángel vio que las lágrimas del anciano parecían de fuego. Y, recogiendo una de esas lágrimas, regresó rapidamente al Cielo. ¡Dios la recibió inmediatamente! ¡Lo más valioso que hay en el mundo es una lágrima de arrepentimiento!
(Traducido de: Arhim. Arsenie Papacioc, Cuvânt despre bucuria duhovnicească, Editura Eikon, Cluj-Napoca, 2003, pp. 137-138)