Las postraciones como entrenamiento para la humildad
Con las postraciones ocurre algo: el cristiano se humilla, y esto ayuda a que la Gracia de Dios venga a su interior.
Alguien podría decir: “Tengo amor en mi corazón”. Sí, pero también las postraciones y los demás esfuerzos son necesarios, porque son formas, y por medio de estas formas conseguimos llegar a la esencia. Pero, si no lo logramos, todo esto será igual a cero. Así es. Pero ¿si me pongo a hacer acrobacias para que Dios me vea, esto sería de Su agrado? No, no es esto lo que Dios quiere. Ciertamente, no agregamos nada a Cristo con la honra que le presentamos. Nosotros somos los que damos frutos, los que necesitamos tales esfuerzos. Actualmente han surgido miles de herejías. ¿Han visto de lo que son capaces? Hacen toda clase de piruetas, intentando influir con ello en el alma. Nosotros no afirmamos nada semejante, sino que, cuando hacemos nuestras postraciones para Cristo, la Gracia obra directamente en el alma, trayendo contrición, paz y gozo. Pero, todo esto viene por medio de la Gracia, y sólo después el cuerpo también se beneficia.
Antiguamente había siervos y señores. Para demostrar sumisión y respeto, los siervos se arrodillaban ante sus señores. También nosotros, con nuestras postraciones, demostramos que somos siervos de Dios. Demostramos nuestra nimiedad, pero también respeto, de una forma perceptible. Con las postraciones ocurre algo: el cristiano se humilla, y esto ayuda a que la Gracia de Dios venga a su interior. Y cuando esto sucede, el corazón se enciende en fuego. Y el fuego del amor engendra el sacrificio. Entonces, las postraciones son ofrenda y sacrificio, porque en la glorificación de Dios participa el hombre entero, en alma y cuerpo.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, p. 283)