Las tentaciones que el maligno nos pone en el camino
“¿A usted le da miedo ese perro, padre José?”. “¿Por qué habría de temerle? El Señor está con nosotros. Lo que hago es que me persigno y digo: ¡Vete de aquí, so demonio, que voy de camino a la iglesia!, y desaparece”.
Durante veintiséis años, el padre José ofició diariamente la Divina Liturgia en el Monasterio “de un solo Madero”, porque era el único sacerdote y padre espiritual de aquel cenobio. Al terminar la Liturgia, hacía oraciones por los enfermos, confesaba a las monjas, aconsejaba y dialogaba con los fieles, ayudaba a los pobres, oraba y después volvía a la iglesia.
Este era el esfuerzo diario del anciano, hasta que murió.
Precisamente por esta forma de vida, el demonio lo envidiaba y todo el tiempo le enviaba tentaciones. Porque muchas veces se le aparecía en el camino. Y, otras veces, venía con el aspecto de un perro negro, el cual le mordía la sotana y trataba de llevarlo a otra parte, para que el padre no alcanzara la puerta de la iglesia. Y como el anciano caminaba encorvado, a veces llegaba a la puerta de la iglesia, otras veces se desviaba hacia el granero, hasta que las monjas lo encontraban y lo conducían a la iglesia. Entonces, el anciano se lamentaba:
—¡Fue el maligno quien me envió esta tentación!
Luego, con el rostro luminoso, entraba en la iglesia, hacía tres inclinaciones frente al ícono de la Madre del Señor y daba la bendición de los Maitines.
Un día, le dijo a su discípula:
—Cuando voy a la iglesia o a mi celda, muchas veces me sale al encuentro un perro negro, me coge con fuerza del hábito y no me deja caminar para ir a la iglesia. ¡Es el demonio, hija!
—¿Y a usted le da miedo ese perro, padre José?
—¿Por qué habría de temerle? El Señor está con nosotros. Lo que hago es que me persigno y digo: “¡Vete de aquí, so demonio, que voy de camino a la iglesia!”, y desaparece.
Cada vez que el demonio le enviaba alguna tentación para afligirlo, el anciano le decía:
—¡Ah! ¿Otra vez tú? ¡Has venido en vano! ¡En José no encotrarás nada!
A veces, el maligno no le dejaba dormir en la noche. Cuando el anciano empezaba a dormitar, el demonio llamaba a la puerta y decía:
—¡Padre José, lo esperamos en la iglesia!
El anciano se levantaba, atravesaba el jardín del monasterio y al llegar a la puerta de la iglesia, les preguntaba a las monjas:
—¿Por qué no han tocado la campana para llamar a los Maitines?
—¡Padre, todavía falta una hora para la medianoche!
—Pero ¿quién llamó a mi puerta?
—Padre, nadie de aquí fue a despertarlo…
—¡Eh! ¡Otra vez el maligno me hizo caer en tentación!
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 627-628)