Las virtudes que nos llevan a la puerta del Cielo. El consejo de un venerable monje
Dijo una vez el padre Cleopa: “Un verdadero monje tiene que saber guardar sus virtudes. Lo que tiene que sobrarle es la humildad, porque es la puerta que lleva al Cielo. La humildad proviene de la obediencia. Con todo, el amor sigue siendo la corona de todas las virtudes. Este lleva el alma de la puerta del Cielo ante el Trono de la Santísima Trinidad”.
Un día, un hombre vino a buscar al padre Cleopa, quejándose de que alguien le había robado su caballo. El padre le dijo que estuviera tranquilo, porque, al volver a casa, el caballo lo iba a estar esperando en la vereda. Y así fue: al regresar a casa, el hombre encontró a su caballo pastando tranquilamente. Conmovido, se puso de rodillas y le agradeció a Dios por el auxilio recibido.
En otra ocasión, una mujer muy devota vino a buscarlo pare pedirle consejo, ya que estaba atravesando un período de aflicción. Por eso, le dejó al padre un papelito con los nombres de los miembros de su familia, para que orara por ellos. Después de un tiempo, la mujer regresó y, con los ojos llenos de lágrimas, le agradeció al padre por sus oraciones. Pero el padre le dijo que no se acordaba de nada de lo que habían hablado en aquella primera ocasión. La mujer insistió, mencionando varios detalles de su conversación de entonces En un momento dado, el padre se metió la mano al bolsillo y sacó un papelito cuidadosamente doblado, y le preguntó a la mujer si era el que ella le había dejado. Emocionada, la mujer lo reconoció inmediatamente. Entonces, el padre le dijo: “Como puedes ver, hasta a mí se me olvidó dónde lo puse… Pero tu fe fue más grande y Dios te libró de la allicción que estabas enfrentando en aquel momento”.
Otra vez, una mujer con su hijo adulto vinieron al monasterio. El padre los bendijo, como a todas las personas que estaban reunidas afuera de su celda. Pero, al bendecir a la mujer, le dijo: “¡Solo espero que no seas madre!”. Horas más tarde, en su homilía de cada noche, el padre habló largamente en contra del adulterio y la embriaguez, pasiones que precisamente tenían sometido a aquel hombre, atormentando también a su mamá. Unos meses más tarde, la mujer nos contó que, después de haber visitado el monasterio, su hijo decidió poner fin a las pasiones que tanto daño le habían hecho a su familia. contando ahora con las oraciones del padre Cleopa.
Dijo una vez el padre Cleopa: “Un verdadero monje tiene que saber guardar sus virtudes. Lo que tiene que sobrarle es la humildad, porque es la puerta que lleva al Cielo. La humildad proviene de la obediencia. Con todo, el amor sigue siendo la corona de todas las virtudes. Este lleva el alma de la puerta del Cielo ante el Trono de la Santísima Trinidad”.
Un día, mientras caminaba en compañía de un monje, este le enseñó la iglesia que entonces se construía en el monasterio, encomiando su belleza. Entonces, el padre le dijo: “Sí, hermano. Pero tienes que saber que es más difícil hacer un monje verdadero, que edificar una catedral”.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 760-761)