Palabras de espiritualidad

¡Levántate, porque el Señor obra! ¡Vuelve a empezar de nuevo!

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

¿Qué otra prueba del perdón de los pecados quieres, sino la de haber sido llamado por Dios para representar a la humanidad ante Él y poder pedir por todo lo creado?

Finalmente, repite con amor un “Santo Dios...”, pensando que, mientras los ángeles pronuncian estas palabras en los Cielos, tú eres dichoso porque en estos momentos, en vez de permanecer en tu pecado, fuiste alzado por el amor de Dios y reunido con los ángeles, para que pudieras unirte a su canto. Luego, agradece y estremécte por todo esto, olvidando el pecado en el que te hallabas hace sólo cinco minutos, tres o uno. Y, en este estado de agradecimiento y reflexión, empieza a repetir el “Padre nuestro”, consciente de estar hablando con Dios en nombre de la humanidad entera, en nombre de vivos y muertos, y que en esos momentos fuiste elegido por el Señor para representar a la humanidad y pedir tanto el perdón de los pecados de todos, como el “pan de cada día”, tú, un pecador, un hombre.

¿Qué otra prueba del perdón de los pecados quieres, sino la de haber sido llamado por Dios para representar a la humanidad ante Él y poder pedir por todo lo creado? Debes saber que quien se alza para pronunciar el “Padre nuestro”, es elegido por el Señor como mediador entre Él y la humanidad, razón por la cual debes dejar atrás los pecados pasados, porque fueron hechos polvo y ceniza ante el Señor, porque Él es Quien obra y no tú, y estarías cometiendo una gran falta si dudaras de esto en esos momentos, aunque hayas cometido el pecado por el cual te lamentas. Creo que a esto se refería San Isaac el Sirio, cuando dice que todos los pecados quedan reducidos a polvo y ceniza ante Dios, y que el único pecado que existe, es justamente ese de ser insensibles a la obra que Él hace en nuestra vida. Esto tiene lugar cuando, habiendo pecado, te levantas y oras. ¡Levántate, pues, porque el Señor obra! ¡Vuelve a empezar de nuevo!

(Traducido de: Ieromonahul Savatie Baştovoi, Dragostea care ne sminteşte, Editura Marineasa, Timişoara, 2003, pp. 161-162)