Lo banal de la honra humana y las posiciones sociales
¡Tan banales son todas esas cosas! Solamente hay algo que todos tenemos que anhelar: el Reino eterno de Dios. Todo lo demás, puestos, dignidades, gloria y dinero, todo eso es efímero.
Padre, ¿es malo luchar por alcanzar una posición social más alta?
—El amor a la honra del mundo es, para el hombre, una carga pesadísima. Esa manía suya de alcanzar puestos “dignos”, hace que termine recurriendo a medios condenados por su propia conciencia y por la ley de Dios. Incluso puede llegar a la situación de difamar a su rival, con tal de impedirle que llegue más lejos que él y favorecer su propio ascenso. Inevitablemente, quien acude a esas condenables actitudes, cae en un estado de infelicidad. Aparece la intranquilidad de la espera: “¿Cuándo alcanzaré ese lugar, ese puesto? ¿Cuándo? Se venció el plazo establecido y fue otro el que ascendió, no yo… ¿cuándo me darán ese cargo? ¡¿Qué hago ahora?!”. Y si sucede que, como fruto de su esfuerzo y perseverancia, su sueño se hace realidad, se aferra con todo su ser a su nueva posición, al grado que estará dispuesto a renunciar a cualquier principio o convicción, si lo requiere conservar el puesto obtenido con tanto sacrificio. Y si, por el contrario, no consigue obtener ese cargo tan anhelado, cae en la infelicidad más profunda, se repite a sí mismo que es un “perdedor” y siente que se le va la vida. ¡Ya nada tiene sentido para él!
Me acuerdo de un conocido científico, quien luchó, ¡pobre de él!, durante muchos años —mejor dicho, casi toda su vida—, por alcanzar el deseado puesto de profesor universitario. Y, en verdad, era un académico con una larga y profusa carrera, un erudito. Un día, alguien le anunció que lo habían contratado como profesor en una universidad. La alegría le duró más o menos doce meses. Una terrible enfermedad lo obligó a retirarse y, poco tiempo después, murió. ¿De qué le sirvió tanto sacrificio? Malgastó cuarenta o cincuenta años de su vida, tratando de llegar a ser profesor universitario. Y cuando dijo: “¡Al fin podré gozar de una nueva posición social!”, sonó un clarín, llamándolo a partir de esta vida. ¡Cuántas luchas, cuántas tormentas enfrentó! ¡Cuánto insistió, cuántos procedimientos realizó para presentar su candidatura una y otra vez, para alcanzar ese puesto soñado…! En un momento dado, otra persona fue nombrada en su lugar, alguien con una preparación académica inferior a la suya. ¡Cuánta amargura, cuántas reclamaciones, cuánta frustración…! Hasta que, finalmente, lo llamaron a él. Pero esa alegría le duró solamente un año...
¡Tan banales son todas esas cosas! Solamente hay algo que todos tenemos que anhelar: el Reino eterno de Dios. Todo lo demás, puestos, dignidades, gloria y dinero, todo eso es efímero.
(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Theodoropulos, Toată viața noastră lui Hristos Dumnezeu să o dăm, Editura Predania, București, 2010, pp. 181-182)