Palabras de espiritualidad

Lo que sucede cuando oramos por nuestros difuntos

    • Foto: Adrian Sarbu

      Foto: Adrian Sarbu

“¿Es que todas estas personas se van a salvar? ¿Acaso sienten algo cuando menciono sus nombres? ¿Es que el Cielo siente cómo oro por todas estas personas que han partido del mundo visible? ¿Es de provecho para las almas que ore por ellas?”.

Clamemos, roguémosle a Dios por nosotros y por nuestros difuntos, porque ellos, cuando oramos sin cesar, se acercan mucho más a Dios y finalmente alcanzan la gloria divina, si es que no rehúsan llegar allí.

Cada sábado, en los monasterios se celebran dos liturgias. Una tiene lugar en el katholikon y la otra en el cementerio. Cada sábado, en el monasterio se recuerdan los nombres de un sinnúmero de difuntos, pidiéndole a Dios que los lleve a participar de Su gloria. De hecho, cada sábado, en cada monasterio se ofician los responsos por aquellos que ya no están entre nosotros.

Un día, un hieromonje leía una lista con nombres de difuntos y, sintiéndose cansado, se preguntó: “¿Es que todas estas personas se van a salvar? ¿Acaso sienten algo cuando menciono sus nombres? ¿Es que el Cielo siente cómo oro por todas estas personas que han partido del mundo visible? ¿Es de provecho para las almas que ore por ellas?”.

Inmerso en tales pensamientos y lleno de cansancio, trajo una silla y se sentó por un momento. Casi en el acto, cerró los ojos y, entre sueño y vigilia, en ese estado mental de vela, pero también de extenuación física, alzó la mirada y vio… ¿qué vio? ¿Qué sucedía en lo alto? Un sinfín de espíritus de difuntos y, con ellos, una infinidad de ángeles y santos. Y, frente al trono de Cristo, con su hermoso manto, la Santísima Madre de Dios viendo esos espíritus. En un momento dado, la Santísima Virgen volvió la mirada a Cristo y le dijo: “¡Hijo mío y Dios mío, yo intercedo por todas estas almas! ¡Acepta las oraciones de Tu santa Iglesia!”. Y, entonces, el monje vio cómo todos los difuntos comenzaron a cantar: “Santísima Madre de Dios, Virgen, regocíjate, tú que eres llena de Gracia (…), porque diste a luz al Salvador de nuestras almas”.

(Traducido de: Arhimandritul Emilianos Simonopetritul, Tâlcuiri și cateheze, traducere din limba greacă de Ierom. Agapie (Corbu), Editura Sfântul Nectarie, Arad, 2010, pp. 213-214)