“Lo que yo hago ahora tú no lo entiendes; lo entenderás más tarde” (Juan 13,7)

Estas palabras tienen una vigencia permanente. Para entender su sentido, necesitamos tener una fe poderosa y una paciente esperanza. A veces creemos que nuestra vida no es sino una larga sucesión de aflicciones y sufrimientos. Es entonces cuando debemos recordar que el Señor persigue Sus propios propósitos e intenciones en lo que a esto respecta. Él “dirige” todo de acuerdo a Su plan, sin dejar de prodigarnos Su cuidado. Para Él todo es armonía allí donde nosotros no vemos más que agitación y desorden. Por eso, no perdamos la calma. La fe es como la luz del alba: si amanece, es que el día está por llegar. Algunas veces no sabemos lo que nos traerá el día de mañana; nos detenemos a la orilla del abismo y no nos atrevemos a ver hacia abajo. Cuando sintamos que ya no podemos orar, al menos elevemos nuestros suspiros al Señor. Y cuando nuestros suspiros callen, quedémonos esperando. ¡Dichoso quien espere con paciencia la respuesta de Dios! El mundo entero vive en un completo desasosiego, al igual que nuestro corazón. Pero, si nos apoyamos en la fe, podremos vencer al mundo. El Señor quiere lavarnos los pies, tal como quiso hacerlo con Pedro, aunque este no entendió el sentido de ese gesto. Abandonémonos a Su voluntad, porque si no nos lava los pies, no tendremos parte con Él. Ciertamente, Sus caminos son misteriosos, Sus gestos son insondables, pero cuando lleguemos al final de nuestro viaje, seguramente los entenderemos. Y veremos que detrás de todo había un solo bien, un solo amor. ¡Valor! ¡Sigamos adelante con nuestro camino! La verdad no se esconde en las cosas visibles, sino en las que no se pueden ver. ¡Que la luz de Cristo, esa que alumbra lo que no se ve, nos ilumine y nos llene de paz!

(Traducido de: Fiecare zi, un dar al lui Dumnezeu: 366 cuvinte de folos pentru toate zilele anului, Editura Sophia, p. 366)