Los cristianos se ayudan los unos a los otros
“Esto es lo que debes hacer también tú, amado, sabiendo que tu vida es corta. Si, actuando así, no nos hacemos dignos de recompensa, tampoco obtendremos la salvación”.
Hay cuatro modos de ayudar a la rectificación y salvación de nuestro semejante.:
a) Con la santa oración. Para esto, todos los cristianos —en general— están obligados a pedirle a Dios por la salvación de su prójimo, tal como nos exhorta el Apóstol Santiago: “Orad los unos por los otros, para que seáis curados. La oración ferviente del justo tiene mucho poder“ (Santiago 5, 16).
Así como la Iglesia, madre de todos los cristianos, reuniendo a sus hijos, ora por la salvación de todos, también los ascetas que viven en la soledad, lejos del mundo, deben ayudar a la salvación de sus hermanos con el poderosísimo recurso de la santa oración, porque también ellos son parte del cuerpo que conforman todos los cristianos. Y, aunque físicamente están lejos, espiritualmente están cerca de todos los demás. Luego, en misterio, los cristianos deben orar por todo el mundo.
Y cuando sepan que en su misma localidad hay alguno que ha fallado y no quiere enmendarse, los cristianos deben orar especialmente y con mucho fervor por él, para que el Señor le dé discernimiento, contrición y corrección, por medio de Su Gracia.
b) Los cristianos deben a ayudar a la salvación de sus hermanos con sus actos, es decir, con su propio ejemplo de vida, sin inducirles a ninguna clase de falta, pequeña o grande, como dije antes.
c) Los cristianos deben ayudar a sus semejantes con la palabra, aconsejándolos a enmendarse, pero no con orgullo, sino con humildad; sin juzgar y sin difamar al que peca, sino que considerándolo uno de ellos; sin odiarlo ni sintiendo animadversión por él, sino que amándolo como a un hermano, con amor fraternal. Si se hallara presente aquel que ha errado, es importante aconsejarlo con palabras; si se halla lejos, es recomendable escribirle.
d) Finalmente, los cristianos deben ayudar a sus semejantes con el esfuerzo físico propio, dirigiendo sus pasos hacia el hermano que se halla en falta, visitándolo para orientarlo en lo que respecta a la búsqueda de la salvación.
Porque, viendo el esfuerzo que hacen sus hermanos para ayudarlo a corregirse, por amor, aquel que ha pecado aceptará los consejos recibidos, lleno de vergüenza. Esto fue lo que hizo nuestro Señor Jesucristo, porque Él no se quedó en el mismo sitio, en Jerusalén, para enseñar desde ahí; al contrario, recorrió con Sus propios pies todas las aldeas y pueblos de Judea, sanando a los enfermos de cuerpo y alma. Lo mismo hicieron los divinos Apóstoles, caminando por el mundo y anunciando la Buena Nueva del Señor. Lo mismo hacen también los médicos que no esperan a que los enfermos los visiten, sino que ellos mismos salen a buscar a quienes necesitan de sus cuidados.
Esto es lo que el Señor nos quiso dar a entender, cuando dijo que el buen pastor deja noventa y nueve ovejas, con tal de ir a buscar a una que se le perdió (Lucas 15). Todo esto lo refrenda San Juan Crisóstomo, al decirnos: “Para esto eres cristiano, para imitar a Cristo y someterte a Sus leyes. Porque ¿qué fue lo que hizo Él? No se quedó en Jerusalén, llamando a los enfermos a que vinieran a Él, sino que anduvo en ciudades y poblados, sanando las dos enfermedades, es decir, la del cuerpo y la del alma. Porque, aunque bien hubiera podido esperar que todos vinieran a donde Él estaba, no lo hizo, dándonos ese ejemplo, para que también nosotros salgamos en búsqueda de quienes se han perdido. Y al utilizar el ejemplo del pastor, nos dio antender que no se quedó esperando con las otras noventa y nueve ovejas a que volviera la que estaba perdida, sino que Él mismo salió a buscarla, y, hallándola, la tomó sobre Sus hombros, para llevarla nuevamente al redil. Es lo mismo que hacen los médicos que no obligan a los enfermos que yacen a salir para ser sanados, sino que ellos mismos corren a ayudarlos. Esto es lo que debes hacer también tú, amado, sabiendo que tu vida es corta. Si, actuando así, no nos hacemos dignos de recompensa, tampoco obtendremos la salvación”.
(Traducido de: Sfântul Nicodim Aghioritul, Hristoitia - bunul moral al creștinilor, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, p. 456-458)