Los frutos de la humildad
El humilde confía totalmente en la voluntad de Dios.
El que es humilde no es capaz de hacer mal u odiar. No tiene enemigos. Si alguien le hace algún mal, considera que es porque esa persona es sólo una justa herramienta de la Divina Providencia.
El que es humilde confía totalmente en la voluntad de Dios.
El que es humilde no vive su propia vida, sino la vida de Dios.
El que es humilde abandona toda esperanza en sí mismo, por eso busca siempre la ayuda divina, orando permanentemente.
La rama repleta de frutos se inclina hacia el suelo, vencida por su peso y cantidad. La rama estéril crece hacia arriba, multiplicando sus estériles vástagos.
El alma rica en virtudes evangélicas desciende profundamente en la humildad, y en ese abismo encuentra preciosísimas perlas: los dones del Espíritu.
(Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 131-132)