Los frutos de la oración interior
Mi alma elevaba constantes alabanzas a Dios y mi corazón se perdía en un gozo infinito. “Qué numerosas son, Señor, tus obras; todas las has hecho con sabiduría” (Salmos 103, 24).
La sola invocación del Nombre de Jesucristo me llenaba de felicidad. Ahora entendía lo que querían decir las palabras: “El Reino de Dios está con vosotros” (Lucas 17, 21). Todas esas sensaciones me mostraban que la oración interior está llena de frutos de redención: el amor por Dios, la paz interior, la exaltación del espíritu, la purificación de los pensamientos, el movimiento ágil y vigoroso de todos los miembros, un agradable estado general, la indiferencia ante las enfermedades y los disgustos, una nueva fuerza mental y un nuevo entendimiento de las Santas Escrituras; la capacidad para comprender el sentido de todo lo que ocurre, el alejamiento de cualquier ambición, una nueva comprensión de la santidad de la vida interior y, finalmente, la seguridad de que estamos cerca de Dios y de Su amor por todos.
Luego de pasar cinco meses en semejante recogimiento y entre tanta felicidad, me acostumbré plenamente a la oración y nunca dejé de practicarla. La sentía vibrando incesantemente, con fuerza propia, desde dentro de mi corazón, no sólo cuando estaba despierto, sino también cuando dormía, sin detenerse tan siquiera un segundo, sin importar lo que hiciera o lo que pensara hacer. Mi alma elevaba constantes alabanzas a Dios y mi corazón se perdía en un gozo infinito. “Qué numerosas son, Señor, tus obras; todas las has hecho con sabiduría” (Salmos 103, 24).
(Traducido de: Mărturisirea unui pelerin despre lucrarea plină de har a rugăciunii lui Iisus - Pelerinul rus, Editura Bunavestire, Bacău, 2008, p. 38.)