Los frutos del actuar del cristiano
Una buena obra resulta verdaderamente provechosa solo cuando se hace por amor a Cristo.
Tienes que saber, alegría mía, que una buena acción trae frutos del Espíritu Santo, solamente cuando se hace por amor a Cristo. Una buena acción, desde luego, incluso cuando no se hace por Cristo, no deja de ser algo bueno. La Escritura dice: “En cualquier nación, el que le teme y practica la justicia le es grato” (Hechos 10, 35). ¡Qué agradable es, ante los ojos de Dios, el hombre que obra la justicia! Esto es algo que encontramos en el relato evangélico del centurión Cornelio. Este hombre era un verdadero temeroso de Dios, además de ser muy compasivo. Entonces, cuando estaba orando, se le apareció un ángel de Dios, el cual le dijo: “Envía, pues, a Jope y haz llamar a Simón, llamado Pedro” (Hechos 10, 32). Pedro habló con Cornelio y su familia sobre la vida eterna, y todos ellos creyeron.
El Señor se valió todos Sus medios divinos para darle a dicha persona la oportunidad, como recompensa por sus buenas obras, de no verse privada de la felicidad eterna.
De este relato evangélico entendemos que, en lo que respecta a las buenas obras que no se hacen por amor a Él, el Señor se limita a darnos los medios para que podamos aprovecharlos. Y depende de nosotros si los usamos o no. Por eso el Señor les dijo a los judíos: “Si fueran ciegos, no tendrían pecado; pero como ahora dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece” (Juan 9, 41).
Así, cuando alguien cultiva las virtudes, como Cornelio, no por Cristo, pero luego llega a creer en Él, sus buenas obras serán contadas como si hubieran sido hechas para Cristo. Pero si no llega a creer en Cristo, no tendrá derecho a quejarse de que sus buenas obras no dieron fruto. Porque una obra buena resulta verdaderamente provechosa solo cuando se hace por amor a Cristo; así, aun en esta vida terrenal, se nos concede la Gracia del Espíritu Santo. Y como está escrito: “Dios no da el Espíritu con medida” (Juan 3, 34).
(Traducido de: Un serafim printre oameni – Sfântul Serafim de Sarov, traducere de Cristian Spătărelu, Editura Egumenița, 2005, pp. 359-360)