Palabras de espiritualidad

Los gozos espirituales no se piden, sino que se agradecen

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Debemos pensar, pues: “Señor, soy un pecador y tengo que llorar por mis pecados”. Entonces, el Espíritu Santo nos dará las fuerzas necesarias para poder vencer.

Algunas veces, sientes cómo el Espiritu Santo concentra tu mente y la lleva al corazón. Y, desde allí, dices: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Entonces, si tu mente llega a la extenuación repitiendo esta plegaria, es que has alcanzado la humildad profunda. Es como si el Espíritu Santo se llevara tu alma. Y sientes que has sido raptado en el Paraíso. En esos momentos ya no oras, sino que solamente te gozas de la gloria de Dios —cuando Él, en Su Bondad, así lo dispone— , y cuando te devuelve, te regresa también la “Oración del corazón”.

Todo esto nos lo concede Dios, sin que busquemos desesperadamente los gozos espirituales. Debemos pensar, pues: “Señor, soy un pecador y tengo que llorar por mis pecados”. Entonces, el Espíritu Santo nos dará las fuerzas necesarias para poder vencer. El cumplimiento de los mandamientos no impide estas alegrías espirituales, porque Dios da este regocijo cuando estamos más tranquilos, especialmente por la noche. Cuando es de noche, el sosiego es maravilloso; así, el Espíritu Santo nos da la humildad y la sencillez, si protegemos nuestra alma de cualquier pensamiento terrenal.

Debemos agradecer y volver a agradecer, pero no buscarlas (esas alegrías). Y quien busca estas alegrías no se llama más “hijo por la Gracia”, sino sirviente, porque el sirviente pide un pago. El hijo le pide al Padre: “Padre, dame una parte de tu hacienda”, y el Padre le responde: “Hijo, si sanas, todo lo mío será tuyo”.

(Traducido de: Părintele Proclu NicăuLupta pentru smerenie și pocăință, Editura Agaton, Făgăraș, 2010, pp. 32-33