Palabras de espiritualidad

Los hijos como bendición de Dios

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

No olvidemos que Dios nunca nos privará de lo necesario. Tener una familia numerosa sigue siendo una forma de divulgar el cristianismo en el mundo.

Actualmente, hay muchas jóvenes que defienden la fórmula: “No necesito un esposo. Quiero tener un hijo y criarlo yo sola”. Estas chicas no creen en el amor. Para ellas, lo único que existe es una simple necesidad fisiológica, y para no quedarse solas sienten que necesitan de un hijo. Rehúsan entender que un hijo, especialmente si es varón, necesita también de los consejos y la guía de un padre. Tampoco aceptan el misterio de la relación entre esposos y son incapaces de imaginarse lo que significa la alegría del amor conyugal.

A principios de los años setenta, una respetable señora dijo que, desde su punto de vista, un esposo es un mero accidente que bien podría no existir, en tanto que su hijo sí que es su propiedad, sangre de su sangre. Años más tarde, ese “accidente” la dejó. El gesto de su marido le dolió mucho.

Cuando los padres discuten, los hijos, con los ojos llenos de lágrimas, añoran tener una familia duradera, sólida. Pero, al llegar a la madurez, imitan a sus padres y llegan a considerar que la familia es una vetusta institución social. Hay un proverbio que viene bien para esto que digo: “Los hijos son las flores de la vida, pero se ven bien solamente en la ventana de una casa ajena”.

Esas flores, que no llegan a ver la luz del día, son destruidas en gran número: el 90% de los niños “no planificados” son asesinados en instituciones sanitarias; hay mujeres que tienen hasta diez abortos en su historial médico. Otras de esas flores son encerradas en orfelinatos. Cada vez más mujeres matan a sus hijos, simplemente arrojándolos al cubo de los desechos.

Por otra parte, un niño que es hijo único, sobre todo si es criado solamente por su mamá, al cual todo el mundo trata de consentir y de cumplirle hasta el más pequeño de sus caprichos, ofreciéndole la “mejor” educación y recargándolo con toda clase de lecciones y actividades extra-escolares, pronto se volverá irascible, nervioso y egoísta, harto de todo.

Una de las causas principales de la disminución de la natalidad es el egoísmo de los padres. Muchas familias se destruyen debido a que uno de los esposos rechaza categóricamente tener hijos. Especialmente, porque hay mujeres que, atraídas por cierta posición social (eso que, según Engels, las hace “libres”), sienten que no pueden perder el tiempo gestando, alumbrando y ocupándose de la educación de un niño.

Como dije antes, a un hijo único se le ofrece todo: juguetes, dulces, ropa cara, excursiones, viajes. Los padres, sin embargo, no tienen tiempo para ocuparse de él. En otra familia, al niño se le dedica demasiado tiempo, inscribiéndolo en cualquier cantidad de cursos y en escuelas de prestigio. En esta situación, el niño se convierte en una suerte de “publicidad” para sus padres, quienes ignoran su persona moral. Como consecuencia de esto, de las familias más respetables de intelectuales empiezan a aparecer los más grandes criminales. Son niños que manifiestan su crueldad no solamente en la calle, sino también en la escuela.

Los padres cristianos deben estar preparados, a pesar de las cargas que aparezcan, para construir una familia verdaderamente cristiana, recordando que Dios envía Su ayuda para cada niño que traemos al mundo. Desde luego que esto requiere de un cierto sacrificio, que a veces implica renunciar a tener una casa elegante o un automóvil nuevo, ropa de marca y costosos viajes. Pero no olvidemos que Dios nunca nos privará de lo necesario. Tener una familia numerosa sigue siendo una forma de divulgar el cristianismo en el mundo.

(Traducido de: Pr. Prof. Gleb Kaleda, Biserica din casă, traducere din limba rusă de Lucia Ciornea, Editura Sophia, București, 2006, p. 238-240)