Los misterios de Dios y nuestra necesidad de explicarnos todo
De la Ascensión del Señor no necesitamos saber más que lo que está escrito en el Evangelio: “Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al Cielo” .
¿Cómo fue que el Señor se elevó al Cielo desde este mundo? Esta pregunta te atormenta. Solo repítete: “El Señor Resucitado se elevó desde Su reino terrenal a Su Reino Celestial con el poder de Dios” y quédate tranquilo, porque, si intentas adentrarte en el análisis de todos los misterios de Dios, empezarás a fustigarte con más preguntas, como: “¿Cómo fue que nació Cristo?”, “¿Cómo logró caminar sobre el agua?”, “¿Cómo expulsaba espíritus impuros y sanaba enfermos?”, “¿Cómo se transfiguró?”, “¿Cómo resucitaba muertos?”, “¿Cómo resucitó Él?”. La respuesta a todas estas preguntas es una sola: todo esto tuvo lugar con el poder Divino de Cristo. ¡Paz y alegría!
No está prohibido escudriñar los misterios Divinos, pero tampoco se recomienda a quienes aún no han alcanzado la altura de la perfección en la confianza en la Divina Providencia, la fe, el amor, la pureza y la humildad. Orígenes fue el erudito más grande de sus tiempos. Armado de profundos conocimientos, tanto terrenales como teológicos, se atrevió a examinar los más sutiles misterios del Ser Divino, y cayó en herejía. Y la Iglesia tuvo que condenar sus enseñanzas, por erradas. Sobre él, San Simeón el Loco por Cristo dijo: “Orígenes se adentró en el mar, pero no pudo salir y terminó ahogándose”.
De la Ascensión del Señor no necesitamos saber más que lo que está escrito en el Evangelio: “Levantó las manos y los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al Cielo”. Así pues, Cristo ascendió al Cielo, bendiciendo a los hombres. Con esto, el Señor nos reveló una gran enseñanza práctica: nos podemos alzar al Cielo con el espíritu, únicamente si bendecimos a nuestros semejantes. Bendiciendo, nos alzamos. Maldiciendo, caemos. Lo que damos es lo mismo que recibimos. Damos bendición, recibimos bendición. Damos maldición, recibimos maldición. Luego, la condición para nuestro ascenso espiritual es la bendición.
(Traducido de: Episcopul Nicolae Velimirovici, Răspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, volumul I, Editura Sophia, București, 2002, pp. 271-272)