Los padres siembran en el niño sus logros futuros
Los padres no conseguirán cambiar el comportamiento de sus hijos mayores, si antes no se han ocupado de su educación desde que eran pequeños. Dice un proverbio, “Lo que se aprende de niño, no se olvida ni en la vejez!”.
Hace mucho tiempo, un ermitaño, que se distinguía por la santidad de su vida y por su conocimiento del alma humana, le ordenó a su discípulo: “¡Arranca aquel árbol de raíz!”, señalando con el dedo un árbol de dátiles, que, aunque joven, había enterrado ya sus raíces profundamente.
Obedeciendo a su padre espiritual, el discípulo intentó cumplir con el mandato recibido. Sin embargo, todo esfuerzo fue inútil. No consiguió extraerlo. “¡Padre!”, dijo, “¡lo que me acaba de pedir sobrepasa mis fuerzas!”. Entonces, el anciano asceta le señaló otro árbol, mucho más pequeño y débil, al que el joven aprendíz consiguió arrancar al primer intento. Vemos, entonces, cómo aquel discípulo nada pudo hacer por sacar el primer árbol, que tenía ya raíces profundas, mientras que al segundo, más joven, lo arrancó con un sólo movimiento.
Haciendo relación entre este relato y la educación de los hijos, podríamos decir que, muchas veces, los padres no consiguen cambiar el comportamiento de sus hijos mayores, si no se han ocupado de su educación desde que eran pequeños. Dice un proverbio, “Lo que se aprende de niño, no se olvida ni en la vejez!”.
(Traducido de: Irineu, Episcop de Ecaterinburg și Irbițk, Mamă, ai grijă! Călăuziri pentru creşterea şi educarea ortodoxă a copiilor, traducere din limba greacă de Diac. Drd. Nicușor Morlova, Editura Bunavestire, Bacău, 2001, p. 3)