Los que aman a Dios reciben fuerza y auxilio
A Dios nadie lo puede dañar con sus ofensas, ni hacerlo más refulgente con sus alabanzas. Dios mantiene siempre la misma gloria, que no aumenta con los elogios, ni disminuye con las blasfemias. Al contrario, con los hombres sucede lo siguiente: quienes alaban a Dios reciben los frutos de su doxología, mientras que los que lo blasfeman y lo desprecian se pierden a sí mismos.
Dios te dejó el mandamiento de amar a tus enemigos, ¿pero lo tú lo que haces es alejarte de Él, a pesar de que te ama? Te dejó el mandamiento de dirigirte con palabras bellas a los que te insultan y orar por los que te condenan, ¿pero tú hablas mal de tu Benefactor y Protector, sin que Él te haya hecho nada injusto? Puede que pienses que bien podría haberte librado de esa prueba que te ha hecho vilipendiarlo. No lo lo hizo, para que te hagas aún más digno. ¿No es acaso una insensatez que en nuestra boca falten palabras de devoción, pero abunde el desprecio, pronunciando el nombre del Señor de los Ángeles en vano, ya que las legiones celestiales pronuncian el santo nombre de Dios con estremecimiento, asombro y admiración?
“Vi al Señor sentado en un trono elevado y alto, y el ruedo de su manto llenaba el Templo. Por encima de él había serafines. Cada uno de ellos tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro, con dos los pies y con las otras volaban. Y gritaban, respondiéndose el uno al otro: «Santo, Santo, Santo es el Dios de los ejércitos, Su Gloria llena la tierra toda.»” (Isaías 6, 1-3). Y si debieras tocar el Evangelio, lávate antes las manos, y después sosténlo con respeto y devoción. Luego, ¿no te asusta pronunciar palabras incorrectas sobre el Soberano del Evangelio, e insultarlo? Ciertamente, a Dios nadie lo puede dañar con sus ofensas, ni hacerlo más refulgente con sus alabanzas. Dios mantiene siempre la misma gloria, que no aumenta con los elogios, ni disminuye con las blasfemias. Al contrario, con los hombres sucede lo siguiente: quienes alaban a Dios reciben los frutos de su doxología, mientras que los que lo blasfeman y lo desprecian se pierden a sí mismos.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere Preot Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 265-266)