Los rasgos de aquel que practica el verdadero amor
El que conforta y aconseja a su semejante con sus palabras, su ejemplo y su propia forma de vida (que es la labor de los hombres perfectos y apostólicos), es que ha alcanzado el nivel más alto de esta virtud.
Quien en verdad quiera reconciliarse con Dios, tiene que saber que no existe otra forma que la práctica del amor, pero no un amor vacío o seco, sino uno lleno de acciones. Porque el amor no es perfecto sino como dijo Juan: “¡Hijos míos! No amemos solamente con palabras, sino también con nuestras obras y con la verdad; porque, si aquel que tiene de todo, aun viendo las necesidades de su semejante, no lo ayuda, ¿cómo podría afirmar después que en su interior pervive el amor de Dios?”.
Hay seis formas de cumplir con esto: amando, aconsejando, ayudando, siendo pacientes, perdonando y siendo un buen ejemplo con nuestras palabras y acciones. Luego, quien ponga en práctica más aspectos de estos, es que tiene mucho amor; y quien practique menos, es que su amor no es tan grande. Porque hay algunos que aman, pero su amor no va más lejos. A otros les gusta dar buenos consejos, pero no se meten la mano en el bolsillo para ayudar al necesitado. Otros aman sermonear y mostrarse caritativos, pero no tienen paciencia ante las ofensas o la enfermedad de su prójimo, ni guardan el mandamiento del Apóstol, que dice: “Ayudaos unos a otros a llevar las cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo”. Otros soportan las ofensas con indulgencia, pero no son capaces de perdonar con compasión. Y aunque su corazón no conserve ninguna maldad, su rostro dice lo contrario. Estos, aunque respetan lo primero, yerran en lo segundo y no son capaces de alcanzan la virtud. Y también hay quenes hacen todo lo mencionado más arriba, pero no instruyen a sus semejantes con palabras y buenos ejemplos, que es la parte más importante del amor.
Así las cosas, cada uno puede examinarse a sí mismo según los aspectos enumerados, para saber si es partícipe del amor o cuánto carece de él. Porque el que ama se halla en el primer escalón. El que aconseja, en el segundo. El que ayuda, en el tercero. El que es paciente, en el cuarto. El que soporta las ofensas y perdona con el corazón, en el quinto. Y el que conforta y aconseja a su semejante con sus palabras, su ejemplo y su propia forma de vida (que es la labor de los hombres perfectos y apostólicos), es que ha alcanzado el nivel más alto de esta virtud.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, pp. 293-294)