“¡Me he equivocado, Señor, ten piedad de mí!”
Acuérdate de que también tú eres un ser mortal, enfermo y lleno de pasiones, impuro y pérfido. Jamás olvides que eres un ser con una triste vida llena de aflicciones, la cual, a muchos, buenos y malos, sensatos y necios, ricos y pobres, los ha llevado a la perdición.
Lo más recomendable es que apartemos nuestra alma de todas las cosas del mundo, para centrarnos en cuidar de nuestra salvación.
Así, hermano, acuérdate de tus pecados y de tu propia condena. Acuérdate de que también tú eres un ser mortal, enfermo y lleno de pasiones, impuro y pérfido. Jamás olvides que eres un ser con una triste vida llena de aflicciones, la cual, a muchos, buenos y malos, sensatos y necios, ricos y pobres, los ha llevado a la perdición.
Acuérdate de que eres un simple humano y que tu cuerpo está hecho de humildes huesos, de los pies a la cabeza, incapaz de soportar el trabajo de una jornada entera y la vigilia de toda una noche. Recuerda que has pecado ante Dios con tus hechos, tus palabras y tus pensamientos. No olvides que día y noche luchas contra el león y la serpiente.
Acuérdate de cuántas almas hay bajo tierra, esas que soslayaron el temor de Dios y ahora no tienen cómo ganarse el descanso con sus súplicas, sino que les queda llorar por sus desviaciones, su desidia y su abandono a los placeres, así como por los resultados de sus disputas. Acuérdate de que también tú, tarde o temprano, morirás y serás juzgado.
No dejes de repetirte estas palabras; más bien escríbetelas en el alma y en el corazón: “¡Me he equivocado, Señor, ten piedad de mí!”. Es mejor cargar contigo este pequeño tesoro, que llevar sobre tu cabeza una corona imperial, porque esta a muchos los ha llevado al infierno, en tanto que aquellas palabras nos alzan a la vida eterna. Aprende todo esto y practícalo todo el tiempo.
(Traducido de: Proloagele, volumul 1, Editura Bunavestire, p. 471)