Palabras de espiritualidad

Nada de lo que hay en este mundo se compara con lo sublime del Señor

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El alma vive mucho en el mundo y ama la belleza de la tierra; ama el cielo y el sol, ama los bellos jardines, el mal y los ríos, los bosques y los campos; el alma ama la música y todas esas cosas terrenales le resultan placenteras. Pero cuando conoce a nuestro Señor Jesucristo, no quiere ver más ninguna de las cosas que hay en este mundo.

Mi alma añora al Señor y ora día y noche, porque el nombre del Señor es dulce y grato para el alma que ora y enciende en el alma un fuerte amor a Dios. Mucho tiempo viví en el mundo, y fueron muchas las cosas que vi y escuché entonces. Solía escuchar mucha música, sí, música que alegraba mi alma. Y pensé: si esta música es tan placentera, ¿cómo será de sublime para el alma la música del Cielo, allí donde el Señor es glorificado por Su Pasión, por parte del Espíritu Santo?

El alma vive mucho en el mundo y ama la belleza de la tierra; ama el cielo y el sol, ama los bellos jardines, el mal y los ríos, los bosques y los campos; el alma ama la música y todas esas cosas terrenales le resultan placenteras. Pero cuando conoce a nuestro Señor Jesucristo, no quiere ver más ninguna de las cosas que hay en este mundo.

He visto a los soberanos de este mundo en todo su esplendor, y los he admirado, pero cuando el alma conoce al Señor, entonces toda esa honra no significa nada. El alma añora incesantemente al Señor y, sin poder saciarse, día y noche, desea ver a Aquel que es Invisible, acercarse y tocar al que es Incorpóreo. Si tu alma lo conoce, el Espíritu Santo te concederá entender cómo le enseña Él al alma a conocer al Señor y cuánta dulzura hay en Él. ¡Oh, Señor Misericordioso, ilumina a Tus pueblos, para que te conozcan y sepan cómo nos amas a todos nosotros!

(Traducido de: Sfântul Siluan AthonitulÎntre iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 46)