¡No cuesta nada tenderle la mano a quien nos necesita!
El Señor sirvió a quienes le rodeaban, incluso les lavó los pies a Sus discípulos. Esto significa no sentir vergüenza de ponerte al servicio de tu semejante, sin importar quién sea. Así, hermano, acostúmbrate a servir a los demás de la forma que puedas.
El cristianismo también da una respuesta a nuestra sed de preeminencia. ¿Cómo? Con medios totalmente opuestos a los que utiliza el mundo. ¿Quieres ser el primero? ¡Hazte siervo de todos! Es decir, ponte en último lugar. Este aspecto tiene una importancia vital en la formación espiritual del cristiano, que implica organizar nuestra vida y nuestros hábitos siguiendo el ejemplo de Cristo.
El Señor dice: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida en rescate por una multitud”. El Señor sirvió a quienes le rodeaban, incluso les lavó los pies a Sus discípulos. Esto significa no sentir vergüenza de ponerte al servicio de tu semejante, sin importar quién sea. Así, hermano, acostúmbrate a servir a los demás de la forma que puedas y en la medida de tus posibilidades. Ocasiones para ello las hay a cada instante y en todas partes: bien puedes alimentar al hambriento, vestir al necesitado, acoger en tu hogar al forastero, visitar al que está enfermo y cuidarlo… Eso sí, ¡jamás le vuelvas la espalda a quien te pide que lo ayudes!
Pero no tienes que limitarte a servir a tu hermano en lo exterior, sino que también está a tu alcance confortar su alma. ¡Aconséjalo, enséñale lo que no sabe, ofrécele un libro, consuélalo, anímalo! La palabra misma es un recurso muy poderoso para ayudar a los demás; por medio de la palabra, el alma sale de su aposento y, uniéndose al alma del otro, la fortalece.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, p. 130)