Palabras de espiritualidad

No debemos jactarnos de nuestro ayuno, sino que nuestra forma de vida tiene que hablar de él

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Lo que hace evidente nuestro ayuno no es la abstienencia de alimentos, sino el hecho de evitar pecar. No ver en el ayuno más que una privación de determinados alimentos es cometer una gran injusticia.

¿Son suficientes el ayuno del cuerpo y las señales exteriores de arrepentimiento? No. No. Tiene que haber una transformación en tu forma de vida. ¿Quieres que te ponga un ejemplo de esto? Mira lo que dice el profeta. Después de hablar de la ira divina y del ayuno de los ninivitas, nos dice que Dios los perdonó, pero también nos da el motivo de esa clemencia. “Dios vio lo que hacían” (Jonás 3, 10), dice él. ¿Y qué era lo que hacían? ¿Ayunaban? ¿Se vestían en sacos? El profeta no menciona que con eso bastara. Lo que sí dice es que “Al ver Dios lo que hacían y cómo se habían convertido de su mala conducta, tuvo compasión de ellos y no llevó a cabo el mal con el que los había amenazado”. Como vemos, no fue el ayuno lo que los libró de un severo castigo, sino el cambio obrado en su vida. Esto fue lo que aplacó la ira del Señor, y Él fue clemente con ellos. Si digo estas cosas no es para despreciar el ayuno, sino, al contrario, para que lo valoremos mucho más.

Lo que hace evidente nuestro ayuno no es la abstienencia de alimentos, sino el hecho de evitar pecar. No ver en el ayuno más que una privación de determinados alimentos es cometer una gran injusticia. Si ayunamos, ¡tenemos que demostrarlo con nuestros actos! ¿Cuáles actos? Ayudar al necesitado, reconciliarnos con nuestros enemigos, no envidiar a nadie, evitar que nuestros ojos se solacen con la belleza de un rostro femenino, etc.

Y no solamente nuestra boca tiene que ayunar, sino también nuestros ojos, nuestros oídos, nuestros pies, nuestras manos… todo nuestro cuerpo. Nuestras manos tienen que ayunar, es decir que tienen que estar libres de todo hurto, de cualquier ganancia obtenida ilícitamente y de cualquier avaricia. Nuestros pies tienen que ayunar, es decir que tienen que abstenerse de correr a espectáculos indecentes. Nuestros ojos tienen que ayunar, es decir que tienen que acostumbrarse a no dirigir miradas insolentes, evitando también detenerse en imágenes inapropiadas y perniciosas… De igual manera, nuestros oídos tienen que ayunar, y su ayuno consiste en no escuchar murmuraciones ni calumnias. No corras rumores falsos; no apoyes al que sostiene una causa injusta, dando falso testimonio”, dice la Escritura (Éxodo 23, 1). Nuestra boca tiene que ayunar, absteniéndose de pronunciar cualquier palabra inmoral y arbitraria. ¿De qué nos sirve abstenernos de comer la carne de las aves y los peces, si desgarramos, si devoramos a nuestros hermanos?

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