No dejemos de implorar el auxilio de la Madre del Señor
Ella es nuestra Madre, la de todos los pueblos de la tierra y de toda alma que sufre y llora, implorando su amoroso auxilio.
¡Qué grandes son su gloria y su honor allá en lo alto! Pero nosotros, los pecadores, quienes moramos en este mundo, por dejadez olvidamos invocar su auxilio, porque no sabemos cuánto dolor habrá de experimentar nuestra alma cuando nos llegue el momento de morir. Por eso, ¡dichosos y tres veces dichosos los cristianos en cuyo hogar no falta al menos un ícono de la Madre del Señor y mantienen una lamparilla encendida frente a él, y cada día recitan un acatisto o una paráclesis dedicada a la Virgen!
Porque en Ella se restauró la humanidad y Ella es la Reina de todos los ángeles y todos los santos. Ella es nuestra Madre, la de todos los pueblos de la tierra y de toda alma que sufre y llora, implorando su amoroso auxilio.
(Traducido de: Arhimandritul Cleopa Ilie, Îndrumări duhovnicești pentru vremelnicie și veșnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 151)