Palabras de espiritualidad

No estimulemos el orgullo en nuestros hijos

    • Foto: Oana Nechifor

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La aparición del egoísmo y el orgullo es el resultado de una educación errónea y un desarrollo equivocado del sentimiento de la ambición, que también existe en cada persona.

En la lucha con las tendencias perniciosas en el comportamiento del niño, lo primero que debemos hacer es aniquilar su principal defecto. Usualmente, se trata del egoísmo. ¿Qué hacer, entonces, cuando descubrimos, en el alma del niño, el germen de este terrible problema? ¿Cómo cultivar en él las virtudes opuestas, es decir, el altruismo, la modestia y la humildad?

El buen comportamiento y la humildad son virtudes intrínsecas del alma del niño, porque, desde pequeño, necesitará siempre la ayuda de los demás. Por eso, la aparición del egoísmo y el orgullo es el resultado de una educación errónea y un desarrollo equivocado del sentimiento de la ambición, que también existe en cada persona. El mismo Señor, para ofrecer un ejemplo de verdadera humildad a Sus discípulos, les presentó un niño pequeño y les dijo: “El que se haga pequeño como este niño, ése será el más grande en el Reino de los Cielos.” (Mateo 18, 4). Y, sin embargo... infelizmente, muchas veces encontramos, en los niños, una forma u otra de egoísmo, como resultado de una educación equivocada.

Una primera forma del egoísmo que puede encontrarse en el alma de los niños, se manifiesta cuando éstos se envanecen por la forma en que los vestimos. Ciertamente, aquella alegría infantil exteriorizada cuando reciben como obsequio alguna prenda nueva, no tiene nada de malo y es, hasta cierto punto, inocente. Mas cuando tales manifestaciones de alegría son exageradas y demasiado prolongadas, o cuando el pequeño se ensoberbece por sus vestimentas, humillando a otros niños, está claro que los límites han sido sobrepasados. Esa estúpida y demente soberbia es cultivada, la mayoría de las veces, por la misma insensatez de los padres, quienes visten y adornan a sus hijos cual si fueran muñecos, haciéndolos desfilar una y otra vez frente al espejo y repitiéndoles lo orgullosos que se sienten de ellos.

Para no cultivar en los corazones de los niños este tonto orgullo, generado por la forma en que los vestimos, los padres debemos evitar, ante todo, el comportamiento mencionado antes. Debemos entender que, frente a Dios, hasta los más ricos ropajes no tienen ningún valor. A Dios no le importa la forma en que nos vestimos, sino lo que hay en nuestro corazón. En consecuencia, es más admirable un niño vestido simple y pobremente, pero que tiene un corazón puro. Los padres deben recordarle a sus hijos que también el Señor, desde niño, anduvo vestido muy humildemente.

Si los padres son sensantos, les enseñarán a sus hijos a vestirse con ropa modesta y limpia, en vez de lujosas y caras indumentarias. Y es que, desde pequeños, debemos enseñarles a nuestros hijos a ser limpios. Y no consideren capricho o egoísmo si los niños rechazan vestirse con ropas sucias o rotas, o comer en un plato sucio, o permanecer en una habitación desordenada. Al contrario, es bueno cultivar en sus almas el amor al orden y la limpieza.

(Traducido de: Irineu, Episcop de Ecaterinburg și Irbițk, Mamă, ai grijă!, Editura Egumenița, Galați, pp. 63-65)