No hace falta medirlos: los pecados son siempre pecados
Una vez descubierto el más ínfimo pecado, hay que atacarlo con dureza. Cualquier pecado, de hecho, representa un ataque a la relación que tenemos con Dios.
No existe ningún pecado que pueda ser considerado “pequeño”. Todos los pecados deben ser mantenidos bajo control. San Teófano dice: “No importa si hay un pecado que nos parezca pequeño o insignificante; debemos estar atentos a él, como si se tratara del más grande y pernicioso”.
¿Cómo hacer para apartar esos pecados?
San Teófano nos sugiere que este es el momento adecuado para hacer uso de la ira. Sí, tenemos que llegar a enfurecernos con nuestros pecados. Él dice: “¿Cómo apartar el pecado? Enfadándote por haber caído en falta y reprendiéndote a ti mismo lo antes posible”.
Un pecado no puede subsistir sin tu aval interior. Entonces, cuando te lanzas sobre él de forma “violenta”, lo destruyes y su poder desaparece. Pero, atención, que la más mínima atracción hacia él lo mantendrá vivo.
El salmista David dice: “¡Enfureceos, pero no pequéis!”. (Salmos 4, 5). En otras palabras, si nos enojamos con el pecado, no volveremos a pecar más. Entonces, una vez descubierto el más ínfimo pecado, hay que atacarlo con dureza. Cualquier pecado, de hecho, representa un ataque a la relación que tenemos con Dios. El pecado nos aleja de Dios. Por eso, utilicemos nuestra ira de forma constructiva, para así acercarnos mucho más a Él.