Los padres de un niño difícil y un poco granuja visitaron al padre Porfirio, quejándose de esta situación y pidiéndole algún consejo sobre cómo proceder con el chiquillo. El padre, serenamente, les dijo que tenían que trabajar en su propia vida cristiana. Aquellos esposos, no obstante, insistieron con el asunto del niño, mientras el padre volvía a señalarles la necesidad de revisar sus deberes como cristianos. En un momento dado, uno de ellos dijo: “Padre, no hemos venido a buscarlo para hablar de nosotros. Todo lo que nos acaba de decir ya lo sabemos, aún desde niños. Incluso, muchas veces hemos aconsejado a otros padres de familia. Hemos venido a hablar de nuestro hijo”.

Entonces, el padre les respondió: “¿Es que no entienden que es precisamente de su hijo que les he estado hablando? ¿No han entendido que la salvación de su hijo depende de que ustedes se santifiquen? ¿No han entendido que todo depende, no de la teoría, sino de la práctica de la salvación?”, agregando, “Deben proceder inmediatamente con todo lo que les acabo de decir, si es que en verdad aman a su hijo...”.

(Traducido de: Konstantinos Yannitsiotis, Lângă părintele Porfirie, Editura Bunavestire, Bacău, 2002, p. 163)