No hay nada que nos impida luchar por ser virtuosos
“Puedes vivir en una urbe y llevar una vida semejante a la de los monjes ascetas, y también poner en práctica su filosofía. Puedes tener incluso una esposa y vivir en una casa en el centro de la ciudad, que nada de esto te impide orar, ayunar y tener un corazón contrito”
San Juan Crisóstomo afirma una y otra vez que todas las personas tienen la misma aptitud para crecer espiritualmente, sin importar sus circunstancias biológicas o su estado civil, es decir, si están casadas o no:
«Lo que te estoy diciendo no es algo difícil de realizar. No te digo: “¡No te cases!”. Tampoco te digo: “¡Aléjate de la ciudad!”, “¡Renuncia a tu puesto de funcionario!”. Al contrario, te digo: “Quédate en la ciudad, sigue con tu trabajo público… ¡pero sé virtuoso!”. Quiero que quienes viven en el mundo sean más virtuosos que los que viven en las montañas (los ascetas). […] No me digas: “Pero es que tengo esposa e hijos, tengo responsabilidades para con mi familia. ¡No puedo cumplir con otras obligaciones adicionales!”. Aunque no tuvieras ninguna de esas responsabildades, si eres un ocioso, no hay forma de que logres algo. Y aunque tuvieras todas esas responsabilidades, si eres un hombre íntegro, ¡también serás virtuoso! Una sola cosa se te pide: ¡que todo lo hagas con el corazón! No hay nada que te lo impida: ni tu edad, ni la pobreza, ni la riqueza, ni las circunstancias de tu vida, ni nada más» (Comentarios al Evangelio según San Mateo, Homilía XLIII). «Puedes vivir en una urbe y llevar una vida semejante a la de los monjes ascetas, y también poner en práctica su filosofía. Puedes tener incluso una esposa y vivir en una casa en el centro de la ciudad, que nada de esto te impide orar, ayunar y tener un corazón contrito» (Homilía LV).
(Traducido de: David C. Ford, Bărbatul și femeia în viziunea Sfântului Ioan Gură de Aur, traducere din limba engleză de Luminița Irina Niculescu, Editura Sophia, București, 2004, pp. 152-153)