¡No juzgues a tu hermano!
Quien juzga antes de que lo haga Cristo es, para decirlo con propiedad, un “anticristo”, es decir, uno que se opone a Cristo.
Si juzgas y condenas a tu semejante que ha caído en pecado, también tú serás condenado, aunque obres señales y hagas milagros, porque dice el Señor: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo 7, 1). Luego, el cristiano no tiene que juzgar a nadie. Porque ni siquiera el Padre juzga a nadie, habiéndole concedido esa potestad al Hijo. Por eso, quien juzga antes de que lo haga Cristo es, para decirlo con propiedad, un “anticristo”, es decir, uno que se opone a Cristo. Porque hay muchos que hoy son adúlteros y ladrones, pero mañana pueden llegar a ser justos y piadosos. Sus pecados los ha visto el que juzga, pero no su arrepentimiento, y por eso los juzga equivocadamente.
Si juzgamos a nuestro semejante, es que no tenemos amor, y si no tenemos amor, como dice el Apóstol: “Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles (…), aunque tenga el don de profecía y conozca todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tenga tanta fe que mueva las montañas (…), aunque reparta todos mis bienes entre los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve” (I Corintios 13, 1-3).
(Traducido de: Sfântul Paisie Velicicovski, Crinii Țarinii, Editura Anastasia, 1990)