Palabras de espiritualidad

No pretendamos hacer todo por nosotros mismos…

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

La autosuficiencia del conocimiento humano nos lleva al engaño, nos arrastra a cualquier desvío. Y esto es igual a ignorar a Dios, sacando de la ecuación al principio, la causa, la finalidad absoluta de nuestra propia existencia.

¿Qué complica la vida espiritual del hombre?

El hombre se confunde profundamente, cuando, engañado, intenta resolver por sí mismo, con sus propias fuerzas, los pensamientos, los juicios y los problemas con los que se confronta. Entonces empiezan los dilemas, entonces aparecen las soluciones dobles o múltiples, entre las cuales hay que elegir… entonces empiezan los cálculos sin fin, las cadenas de razonamientos y el balance de ventajas y desventajas. Entonces intervienen, en igual medida, la presión de nuestros propios impulsos —más o menos puros—, nuestros placeres, nuestras alegrías culposas. Entonces se muestran a nuestro alrededor —según los testimonios de aquellos que sienten mejor que nosotros estas cosas— los que nos inducen a pecar, los enemigos y los demonios. Todo esto crea una situación compleja, en la cual caemos como en una telaraña. Por eso es que, muy a menudo, nos encontramos en la postura de no saber qué hacer, de no discernir, de no entender lo que nos pasa.

En el polo opuesto están aquellos que no buscan soluciones en sí mismos, en su mente o en la de sus semejantes, sino en Dios. El abbá José, un gran asceta athonita del siglo XX, decía que él no tomaba ninguna decisión mientras no recibiera la respuesta de Dios. “Ora a Dios hasta que recibas el anuncio de qué es lo que tienes que hacer”, recomendaba. Dios nos anuncia, pero en un lenguaje espiritual que no podemos recibir ni descifrar si no hemos desarrollado ese sentido espiritual. Los Padres recomiendan estar atentos a los pensamientos. El primero de ellos tendría que provenir de Dios.

Es probable que una contribución importante a ese “enredo” de nuestra propia existencia, especialmente de nuestra forma de pensar, la tenga la información como tal, la ciencia, en otras palabras, y esto lo digo sin la intención de atacar, de ninguna manera, a la ciencia. Sin embargo, la ciencia puede volverse diabólica cuando se independiza, cuando se propone como sustituto de Dios, es decir, cuando se cree autosuficiente. La ciencia, tal como la conocemos hoy, aunque extraordinariamente desarrollada, reconoce sus propios límites, pero esos límites los perciben, ante todo, quienes la conocen bien. Los demás, quienes solamente se benefician de la imagen de la ciencia, viven engañados por la supuesta “omnipotencia” de esta. De ahí provienen muchas de las tentaciones actuales. La autosuficiencia del conocimiento humano nos lleva al engaño, nos arrastra a cualquier desvío. Y esto es igual a ignorar a Dios, sacando de la ecuación al principio, la causa, la finalidad absoluta de nuestra propia existencia.

De esta forma es como se llega al punto de eliminar a Dios de la vida espiritual, en el momento en el que confías excesivamente en lo que puedes, en lo que tienes, en los medios que pone a tu disposición el mundo de lo tangible. No se deja lugar a una intervención, a una posible intervención que venga de “más allá”.

—No solamente a una posible intervención, sino a una presencia continua y un auxilio permanente por parte de Dios. Él no interviene de vez en cuando en nuestra existencia. Dios es una presencia continua. Es una oferta perpetua, para hablar en términos más prosaicos, sobre la cual se cimienta nuestra vida.

(Traducido de: Părintele Constantin ComanDreptatea lui Dumnezeu și dreptatea oamenilor, Editura Bizantină, p. 169-171)