¿Nos guardamos algún pecado cuando acudimos a confesarnos?
Estemos atentos, porque, por un solo pecado que no confesemos a tiempo, podemos perder nuestra alma y ser arrojados al infierno.
En el Paterikón encontramos el siguiente relato, del cual aprendemos que, cuando nos presentamos ante nuestro confesor —que tiene el don del sacerdocio de Cristo—, estamos obligados a confesar con sinceridad todos nuestros pecados:
«Hace algún tiempo, una mujer acudió a confesarse con su padre espiritual. Este era un hieromonje, y siempre estaba acompañado por uno de sus discípulos, quien permanecía en la entrada de la iglesia para conducir ante el sacerdote a los fieles que venían a confesarse. La mujer se confesó y, después de que el sacerdote leyó la oración de absolución de los pecados, salió de la iglesia para dirigirse a su casa. En ese momento, el discípulo del sacerdote se acercó a donde estaba este, y le dijo: “Padre, estoy seguro de que esa mujer tenía problemas muy graves. Cuando se estaba confesando, vi que de su boca salía un puñado de serpientes pequeñas. En un momento dado, uno de esos animales, pero mucho más grande, asomó su cabeza, pero después volvió a meterse. Se veía que quería salir, sin conseguirlo”. Entonces, el sacerdote dijo: “¡Ve y llama a esa mujer! ¡Dile que le pido que vuelva lo antes posible! Seruramente hay algún pecado grave que no confesó por vergüenza, y ahora el demonio la tiene sometida”. Cuando el discípulo llegó a la casa de la mujer, se enteró de que esta acababa de morir. ¡Luego, estemos atentos, porque, por un solo pecado que no confesemos a tiempo, podemos perder nuestra alma y ser arrojados al infierno!».
(Traducido de: Părintele Damaschin Grigoriatul, Minunile – mărturie a dreptei credințe, Editura Areopag, 2011, p. 68)