Nuestra excelsa vocación
Todo aquel que cree en Él, venciendo “la ley del pecado que está en nuestros miembros” (Romanos 7, 23), se hace semejante a Él, es decir, superior al mundo.
Es sobrecogedor pensar que los hombres prefieren cualquier cosa de este mundo a la gloria eterna que el Hijo, eterno junto al Padre, nos ofrece por Sí mismo. ¿Será acaso la debilidad de nuestro corazón lo que nos impide creer en nuestra alta vocación? ¿Será que nuestra naturaleza, que sufre cada día la corrupción ante nuestros propios ojos, es verdaderamente capaz de percibir esa eternidad sublime y santa? Sí. Quien nos creó es también quien da testimonio de ello. Él mismo asumió la forma del ser que Él mismo creó, para mostrarnos, como hombre, en nuestro cuerpo, la perfección del Padre a la que todos estamos llamados.
“¡Atreveos! Yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33). Si Él venció al mundo, esto significa que se hizo, como hombre, superior al mundo. Y todo aquel que cree en Él, venciendo “la ley del pecado que está en nuestros miembros” (Romanos 7, 23), se hace semejante a Él, es decir, superior al mundo.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie, Rugăciunea – experienţa vieţii veşnice, Editura Deisis, Sibiu, 2001, p. 99)