¿Nuestra forma de vida concuerda con la fe que profesamos?
Esto es lo que sucede con aquellos que unen una vida impura, semejante a la de los cerdos, con la fe correcta, estando sometidos al pecado. Se les olvida que a los pecados del placer y el deleite les sigue una amarga condena.
Nuestra fe es buena, correcta y sin mancha, y fuera de ella no hay otra. Pero la fe correcta requiere también una vida correcta y llena de actos dignos de ella, de manera que nuestra forma de vida concuerde con nuestra fe, como dos bueyes elegidos y uncidos por Dios, con los cuales se ara un surco que da vida. Cuando profesamos la fe correcta, pero nuestra forma de vida está llena de pecado, nos parecemos a un hombre demente que ha uncido un cerdo con un buey y se empecina en trabajar la tierra con ellos, para alimentarse, sobrevivir y así librarse de la muerte.
Cuando vean el inútil esfuerzo de este hombre sin juicio, los demás que transitan por esta vida, hombres temerosos de Dios, y también los ángeles, riendo, dirán: “¡Vengan a ver a este hombre tan extraño y falto de mente! ¡Vean cómo ha atado un cerdo con un buey, creyendo que así podrá sembrar y trabajar la tierra, y extraer de ella lo necesario para vivir!”. Y si alguien le dice: “¿Por qué te afanas en vano? ¿Acaso no te das cuenta de que los demás se ríen de ti? Sabes bien que no es posible trabajar la tierra con un cerdo y un buey compartiendo el mismo yugo. Porque solamente al buey le corresponde esta labor, la de arrancar las malezas, sembrar y arar, en tanto que la función del cerdo consiste en remover la tierra con su hocico y arrastrarse en el lodo, y, cuando sea el tiempo propicio, ser sacrificado con un cuchillo”. Sin embargo, el necio, en vez de aceptar lo que le dicen los otros, entre risas, responderá: “¡Sí, sí, ustedes no saben qué gusto y qué regocijo me provoca ver el yugo que les he puesto a estos animales!”.
Lo mismo sucede con aquellos que unen una vida impura, semejante a la de los cerdos, con la fe correcta, estando sometidos al pecado. Se les olvida que a los pecados del placer y el deleite les sigue una amarga condena. Y a quienes los exhortan a arrepentirse, usualmente los convierten en sus enemigos o se burlan de ellos y de lo que dicen, o simplemente ignoran las llamadas de atención de los demás.
(Traducido de: Sfântul Neofit Zăvorâtul din Cipru, Scrieri II. Cateheze. Testamentul tipiconal, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia, 2016, pp. 131-132)