Nuestra proximidad con Dios excluye todo intento del maligno de acercársenos
El hombre de Dios, al practicar los mandamientos, recibe el Espíritu Santo y se acerca enteramente a Él, con lo cual puede hacer cosas que van más allá de su naturaleza, porque es Cristo quien habla en él.
No vivamos en la maldad, hermanos, más bien esforcémonos en abrazar la simplicidad de la Palabra, porque, sin nuestro libre albedrío, sin nuestra libre capacidad de elegir, el demonio no puede acercarse a nosotros. Y es que él tiene la osadía del malhechor y del ladrón, aunque no se le pueda ver. Porque el ladrón y el asesino apostan sus trampas de forma invisible, para atrapar a los viajeros en una emboscada de la que desconocen su existencia. Del mismo modo, el precursor de todo mal, el demonio, siendo inmaterial, deambula en lo etéreo y desde ahí observa la intención del hombre y lo que este hace o desea hacer.
Si ve que el hombre se inclina al bien, el demonio se aparta, porque no conseguirá acercársele. Pero si lo ve buscando hacer el mal, viene a su interior y hace su morada ahí. Con esto, hace del hombre un esclavo al que somete y obliga a cometer toda clase de abyecciones, porque lo que antes no podía hacer, siendo incorpóreo, ahora lo hace valiéndose de la materia del hombre. Del mismo modo, el hombre de Dios, al practicar los mandamientos, recibe el Espíritu Santo y se acerca enteramente a Él, con lo cual puede hacer cosas que van más allá de su naturaleza, porque es Cristo quien habla en él.
(Traducido de: Sfântul Calist I, Patriarhul Constantinopolului, Omilii la Schimbarea la Față, împotriva lui Gregoras, traducere de Laura Enache, Editura Doxologia)