Palabras de espiritualidad

Nuestra verdadera patria es el Cielo, no este mundo

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Así como un hombre furioso y lleno de ira se da cuenta que está enfadado, también el que está lleno de paz y gozo se da cuenta de la presencia del Espíritu Santo en su interior.

Este mundo en que vivimos es opuesto al de los Cielos. Esta es la era del enemigo de la eternidad. Por eso, el cristiano debe alzarse con su mente, de este mundo al mundo futuro, saliendo del permanente engaño en el que vive. Nuestra verdadera patria es el Cielo, no este mundo.

Sin la confianza total en el Señor, este pensamiento nuevo no podría venir a la mente del hombre. Sólo el Espíritu Santo es capaz de concentrar la mente dispersa en las cosas del mundo y alzarla a lo eterno. Adán, errando, dejó que entrara en su ser la “masa” del mal, que vino a “fermentarse”, posteriormente, en todos sus descendientes. Y tanto se multiplicó el mal, abarcando a la humanidad entera durante siglos y siglos, que a día de hoy difícilmente alguien tiene una idea correcta de Dios. Y si Cristo no hubiera venido al mundo para ofrecernos una nueva “masa”, la de la bondad, la humanidad entera se habría perdido en la oscuridad desde hace mucho.

Dos fuerzas luchan actualmente en el mundo, dos “masas” fermentan a la humanidad. En quienes han aceptado la “masa” de Cristo ya no caben la maldad, la injusticia, ni los malos pensamientos, porque “el amor no piensa mal”, de acuerdo a lo que nos dice el Apóstol pablo. La “masa” celestial es la fuerza del Espíritu divino, sin la cual el alma no puede vivir. Y si el alma no acepta en su interior la “masa” divina y la “sal” buena y santa del Espíritu, no podrá corregirse jamás de la corrupción en la que ha caído.

Si el hombre de este mundo, atosigado por sus deseos y apetitos, no se dirige hacia Dios y no le pide Su auxilio para poder cambiar, sino que confía solamente en sí mismo, nunca podrá recibir la fuerza del Espíritu Santo y jamás podrá despertarse de la embriaguez de su materialismo, muriendo ahogado en sus pecados; seguirá viviendo en la oscuridad, en la ignorancia, en la maldad. Quien no se esfuerza, es que no es digno del Reino, mientras que quien se esfuerza en salir de sus vicios y pide la ayuda divina, pero después cae en la pereza y desprecia al Espíritu Santo, que le ayudó, recae en una podredumbre aún peor, de la cual ya no podrá levantarse. Quien, al contrario, no cae en la dejadez, sino que sigue luchando por mantenerse en la pureza, ése sentirá la alegría y la ayuda del Espíritu Celestial. Así como un hombre furioso y lleno de ira se da cuenta que está enfadado, también el que está lleno de paz y gozo se da cuenta de la presencia del Espíritu Santo en su interior.

Todas las virtudes son señales del Espíritu, y nuestra verdadera patria está en los Cielos.

(Traducido de: Pocăința sau întoarcerea la Dumnezeu, Extrase din Omiliile duhovnicești ale Sfântului Macarie Egipteanul, Editura Bizantină, București, p. 85)