Nuestra vida cambia cuando dejamos entrar la humildad
La humildad no se enoja nunca, no busca agradarle a los demás, no se deja atrapar por la tristeza, no le teme a nada. ¿Acaso puede dejarse vencer por la tristeza, ése que antes ha reconocido que merece cualquier aflicción?
¿Quieres alcanzar la humildad? Cumple antes con los mandamientos del Evangelio; cuando lo hagas, la santa humildad vendrá a tu corazón, es decir, las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.
La base de la humildad es la pobreza de espíritu, su ambiente propicio es la paz de Cristo, que llena cualquier mente de sabiduría y su final —y plenitud— es el amor de Cristo.
La humildad no se enoja nunca, no busca agradarle a los demás, no se deja atrapar por la tristeza, no le teme a nada.
¿Acaso puede dejarse vencer por la tristeza, ese que antes ha reconocido que merece cualquier aflicción?
¿Acaso se puede asustar de las aflicciones el que sabe que son el camino para alcanzar su salvación?
Los que fueron agradables a Dios amaban las palabras del buen ladrón, crucificado al lado del Señor. En sus aflicciones, repetían, “Nosotros lo hemos merecido y pagamos por lo que hemos hecho... Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu Reino.” (Lucas 23, 41-42). Ellos recibían cualquier pena, reconociendo ser merecedores de ella (Piadoso anciano Doroteo, segunda enseñanza).
¡La santa paz les entra en el corazón, gracias a sus humildes palabras! Ella brinda consuelo espiritual al lecho del enfermo, a la celda del recluso, al que es perseguido por los hombres y al que es atormentado por los demonios.
La copa del consuelo es ofrecida por la mano de la humildad incluso al que está crucificado, el mundo puede ofrecerle solamente “vinagre con hiel” (Mateo 27, 34).
(Traducido de: Cum să biruim mândria, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2010, pp. 130-131)