Nuestro deber amoroso para con los difuntos
“Se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lucas 15, 10).
La fe y la devoción de los vivos representan una gran alegría para los difuntos, en tanto que una vida de pecado les causa tristeza. Todas las legiones de ángeles y las multitudes de justos se regocijan. Esto es lo que sucede cuando el mundo se arrepiente, como dice la Santa Escritura: “Se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta” (Lucas 15, 10). A la felicidad perpetua de los moradores del Cielo, se agrega la alegría por nuestra salvación, cuando, viviendo aún en este mundo, renunciamos a todo lo que es vano, material y pasajero, para empezar a reconocer que nos hemos apartado de nuestro verdadero propósito, que estamos muy lejos de Dios y, poniendo un punto final a nuestras maldades, empezamos de nuevo, cimentados en la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo. Así, nuestra vida terrenal en Cristo y para Cristo regocija a quienes habitan ya en el Reino de los Cielos. Y no estamos hablando solamente de los ángeles, sino también de nuestros difuntos, quienes desde donde están sienten un gran consuelo, por medio de sus familiares que son temerosos de Dios y cuyas oraciones llegan hasta Él. Con esto, nuestros difuntos ven en nosotros unos benefactores que hacen lo posible por ayudarlos en su estado actual de después de morir.
(Traducido de: Părintele Mitrofan, Viața repausaților noștri și viața noastră după moarte, Editura Credința strămoșească, Petru Vodă – Neamț, 2010, p. 360)