Nuestro deber de ser hospitalarios con el prójimo
Nuestro Señor nos pide que amemos al prójimo como a nosotros mismos, es decir, en la misma medida en que nos prodigamos amor a nosotros mismos.
Nuestros huéspedes vienen en nombre de Cristo. Por eso es que debemos acogerlos con amor, atendiéndolos con esmero y dedicación, porque con cada forastero viene también Cristo a nuestro hogar. De esta forma, con ellos recibimos a Cristo entre nosotros.
Nuestro Señor nos pide que amemos al prójimo como a nosotros mismos, es decir, en la misma medida en que nos prodigamos amor a nosotros mismos. Los Santos Padres agregan: “El amor al prójimo no es algo que deba darse desmesuradamente, sino con ciertos límites”. ¿Cuáles? Primero debes ayudar a quienes viven contigo, después a tu demás familia, y al final a aquellos que no son parientes tuyos. Esto también es aplicable a la hospitalidad, (que debe ser) limitada a cada caso y circunstancias. ¿Por qué? Porque nos puede arrastrar a la agitación del mundo, causándonos más perjuicio que provecho.
(Traducido de: Arhimandritul Cleopa Ilie, Îndrumări duhovnicești pentru vremelnicie și veșnicie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2004, p. 177)