Palabras de espiritualidad

Palabras de esperanza para un mundo sumido en el pecado y el aislamiento

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

“Los hombres se han vuelto crueles y despiadados, y por eso ya no hay amor. Por esta razón han dejado de sentir el amor de Dios hacia ellos. Esa petrificación en sus corazones ha hecho que los hombres crean que Dios es como ellos mismos y, a menudo, pierden completamente la fe en Él”.

El venerable Siluano de Athos (1866-1938) es considerado “la figura más profunda y remarcable de la espiritualidad ortodoxa del siglo XX” [1]. Vivió en una humildad y una obediencia perfectas, razón por la cual sus excepcionales esfuerzos ascéticos fueron conocidos solamente después de su muerte y gracias a su discípulo, el archimandrita Sofronio Sajarov.

Aunque no tenía muchos estudios, el padre Siluano se hizo discípulo en la escuela del Espíritu Santo, al que recibió cual don por la sensibilidad de sus experiencias espirituales.

En cierta ocasión, un profesor occidental que se hallaba de visita en el Monasterio del Santo Mártir Panteleimón (Russikon), del Santo Monte Athos, en el cual moraba el venerable Siluano, le preguntó a un monje qué sabía del virtuoso asceta. El monje se sintió contrariado por el hecho de que hubiera intelectuales que venían al Santo Monte a buscar a un campesino tan simpe e inculto, ¡como si no hubiera otros monjes más experimentados en todo el monasterio! El intelectual le respondió: “Para entender a Siluano debes ser un universitario” [2]. Hubo un monje que dijo: “(Siluano) no lee nada, pero hace todo. Hay otros que leen todo, pero no hacen nada” [3].

La esencia de sus enseñanzas se puede resumir en la idea de la contrición y la humildad más profundas, del amor perfecto, no sólo hacia quienes nos aman, sino también a nuestros enemigos, que es lo que atrae y hace que a nuestra alma venga a habitar el Espíritu Santo.

En su inmenso amor, el piadoso padre oraba también por los ateos, para que también ellos alcanzaran la salvación, porque, como decía él, “el amor no puede sufrir algo así. ¡Debemos orar por todos!” [4]. Y orar por los demás, “es lo mismo que derramar tu sangre (por ellos)” [5], porque “nuestro hermano es nuestra vida misma” [6].

El propósito de la vida cristiana es la obtención del Espíritu Santo, quien “no viene sino solamente a donde encuentra la obediencia y la humildad de Cristo” [7]. Y la presencia del Espíritu en el alma del hombre es lo que lleva a este a la dulzura del amor de Dios.

Cuando comulgamos con Su Cuerpo y Sangre, nuestro Señor Jesucristo nos hace “familiares Suyos cercanos” [9]. Y es que para San Siluano el vínculo entre el hombre y Dios se asemeja a un compromiso en el cual “el alma es como una novia y el Señor es el novio, quienes se aman fuertemente y suspiran el uno por el otro. En Su amor, el Señor suspira por el alma y se entristece si esta no tiene sitio para el Espíritu Santo. Y el alma que ha conocido al Señor lo espera, porque en Él están la vida y la felicidad que le son propias” [10].

El camino para atraer al Espíritu Santo es la oración, a la cual muchos han llegado por medio de las pruebas, porque “los sufrimientos y las tribulaciones les han enseñado a muchos a orar” [11]. Estas tienen como propósito humillar al hombre, haciéndolo de nuevo Iglesia y morada de la Gracia. Señala el piadoso Siluano que el Señor ama a los hombres, pero permite que sean golpeados por las pruebas y las aflicciones para que reconozcan su propia impotencia y se hagan humildes, y para que por esta humildad puedan recibir el Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo todo es bueno, todo está lleno de gozo, todo es maravilloso.

La causa de todas las pruebas y sufrimientos es el alejamiento del mundo de Dios, el sometimiento a lo material, los placeres efímeros, el orgullo y la falta de amor. “En nuestros tiempos, los pueblos han perdido el camino correcto, los hombres se han vuelto crueles y despiadados, y por eso ya no hay amor. Por esta razón han dejado de sentir el amor de Dios hacia ellos. Esa petrificación en sus corazones ha hecho que los hombres crean que Dios es como ellos mismos y, a menudo, pierden completamente la fe en Él” [12]. Los hombres “se han vuelto orgullosos. Y no pueden salvarse sino por medio del sufrimiento y la contrición, pero son pocos los que alcanzan el amor verdadero” [13]. Así, sufrimos porque no amamos a Dios y a nuestros semejantes; sufrimos porque no tenemos fe, humildad y arrepentimiento.

La forma de librarnos de las pruebas y el sufrimiento es confiar plenamente en Dios, por medio del arrepentimiento, la humildad y la oración: “El alma que se entrega a la voluntad de Dios, soporta con facilidad cualquier tribulación y cualquier enfermedad, porque, viéndose enfermo, el hombre empieza a orar y puede ver a Dios: ‘Señor, ve mi enfermedad. Sabes que soy débil y pecador. Ayúdame a soportar todo y a agradecerte por Tu bondad’. El Señor alivia la enfermedad, el alma siente el auxilio divino, y se presenta agradecida y feliz ante Dios” [14]. De este modo, el auxilio de Dios no se demora, y el Señor, “viendo nuestro tormento, no nos pondrá cargas más pesadas que las que podamos soportar. Pero, si nuestros sufrimientos nos parecen muy pesados, es que aún no nos hemos entregado a la voluntad de Dios” [15].

El llamado que el venerable Siluano le hace al hombre contemporáneo es: “¡Mantén la mente en el infierno, pero no desesperes!”. Este llamado expresa nuestro estado espiritual: aunque hemos caído al abismo de los pecados, no debemos perder la esperanza jamás. La misericordia de Dios es más grande que todas nuestras maldades y si Él ve nuestra determinación y nuestra intención de arrepentirnos y enmendarnos, como un Amoroso y Buen Padre, sale a nuestro encuentro y nos lleva en brazos hasta Su casa, nuestra casa: el Reino de los Cielos. O, como bellamente dice San Siluano: “Si los hombres supieran qué es el amor de Dios, correrían en muchedumbre a Cristo, y Él los inflamaría a todos con Su Gracia. Su misericordia es insondable” [16].

Aceptado con gratitud y paciencia, el sufrimiento se transforma en un “medicamento redentor” [18] y “camino a la salvación”, porque “la enfermedad y el sufrimiento hacen perfectamente humilde al hombre” [19].

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[1] Ţine-ţi mintea în iad şi nu deznădăjdui! Spiritualitatea Sfântului Siluan Athonitul. Tâlcuiri teologice [Mantén la mente en el infierno, pero no desesperes. La espiritualidad de San Siluano el Athonita. Intrepretaciones teológicas], ediţia îngrijită şi traducere: Maria-Cornelia şi diac. I. Ică jr., Editura Deisis, Sibiu, 2000, p. 5

[2] San Siluano el Athonita, Între iadul deznădejdii şi iadul smereniei [Entre el infierno de la desesperanza y el infierno de la humildad], introducere de Diacon Asistent Ioan I. Ică jr, traducere de Preot profesor Ioan Ică şi Diacon Asistent Ioan I. Ică jr., Editura Deisis, Sfânta Mănăstire Ioan Botezătorul, Alba Iulia, 1994, p. 29

[3] Ibidem

[4] Ibidem, p. 26

[5] Ibidem, p. 19

[6] Ibidem, p. 136

[7] Ibidem, pp. 29-30

[8] Ibidem, p. 49

[9] Ibidem, p. 58

[10] Ibidem, p. 59

[11] Ibidem, p. 64

[12] Ibidem, p. 149

[13] Ibidem, p. 138

[14] Ibidem, p. 81

[15] Ibidem, p. 103

[16] Ibidem, p. 147

[17] Ibidem, p. 105

[18] Ibidem, p. 105

[19] Ibidem, p. 224