Para aquellos que se quejan por todo…
¡No te puedes imaginar, hijo, la alegría de cualquiera de esos enfermos si alguien le ofreciera tal oportunidad! ¡Con gusto ocuparía tu lugar, o incluso uno con responsabilidades mucho más grandes!
Un joven recluta de la Escuela de Oficiales Reservistas le pedía insistentemente al stárets que intercediera para que le dejaran abandonar la institución y quedarse solamente con un soldado raso, porque sentía que no podía hacer frente a la exigente formación de los reservistas. El stárets, después de pedirle una y otra vez que tuviera paciencia, finalmente le dijo:
—Hijo, te recomiendo que vayas al hospital para enfermos incurables y, acercándote a cualquiera de ellos, le pidas: “¿Quieres que cambiemos de lugar, hermano? Tú te vas a la Escuela de Oficiales y yo me quedo aquí, en tu lecho. ¿Qué dices?”. ¡No te puedes imaginar, hijo, la alegría de cualquiera de esos enfermos si alguien le ofreciera tal oportunidad! ¡Con gusto ocuparía tu lugar, o incluso uno con responsabilidades mucho más grandes! ¿Te das cuenta, hijo, de cómo tendemos a quejarnos y lamentarnos por todo, aun estando sanos y en pleno uso de nuestras capacidades?
Al escuchar esto, el joven le agradeció al stárets y regresó llenó de valor y entusiasmo a su centro de instrucción.
(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Teodoropulos, Crâmpeie de viață, Editura Evanghelismos, București, 2003, p. 119)