Para enseñarle a nuestro hijo a obedecernos
Tú, padre cristiano, tú, madre cristiana, no debes permitirle hoy a tu hijo lo que ayer le prohibías con rigidez, tan sólo porque hoy tu estado de ánimo es mejor que ayer.
Enséñale a tu hijo, padre cristiano, a obedecerte inmediatamente, sin replicar. (...) No revoques tus propios mandatos, sino que sé perseverante en ellos con firmeza, para que sean respetados. Esto requiere que tus decisiones y preceptos sean equilibrados y sensatos. No debes exigir de tus hijos cosas imposibles, injustas o demasiado complicadas, lejos de sus capacidades. Tus órdenes no deben provenir del capricho y la arbitrariedad más grosera, que no provocan sino animadversión y oposición, en vez de obediencia y sumisión. Tú, padre cristiano, tú, madre cristiana, no debes permitirle hoy a tu hijo lo que ayer le prohibías con rigidez, tan sólo porque hoy tu estado de ánimo es mejor que ayer. No des demasiadas órdenes y con mucha frecuencia. Actuando así, sólo conseguirás que tu hijo pierda toda atención o se vuelva indiferente a lo que le dictas. En fin, sé breve, conciso y claro en tus mandatos, sin utilizar tantas palabras.
No es necesario —sobre todo, cuando te diriges a un niño pequeño— utilizar muchas palabras y ofrecerle largas explicaciones de lo que debe y no debe hacer. Es suficiente con que sepa que “mis padres quieren que haga esto o aquello, así que debo obedecerles”. Para acostumbrarlo a obedecer sin oposición, es importante que padre y madre estén absolutamente de acuerdo en todos sus mandatos y disposiciones. La madre no debe permitir aquello que el padre ha prohibido, y el padre, a su vez, no debe socavar la autoridad de la madre, así sea entre bromas. De lo contrario, se estará cumpliendo lo que dicen aquellas palabras bíblicas: “Uno construye, otro demuele; ¿qué han conseguido sino penas?" (Eclesiástico 34, 23).
(Traducido de: Sfântul Vladimir, Mitropolitul Kievului, Despre educaţie, Editura Sophia, Bucureşti, 2006, pp. 107-108)