Para entender la labor del sacerdote frente al cuerpo comunitario de la Iglesia
El sacerdote tiene que ser simple y unitario, actuando siempre según el espíritu de justicia que debe regir en todo, pero también adaptándose a las distintas formas, a los distintos modos de ser de sus feligreses, eso sí, manteniéndose firme en su palabra, para que esta sea de beneficio para todos.
La labor del sacerdote es similar a la de un hombre que intenta amansar y someter una fiera con muchas caras y muchos aspectos, conformada por muchas fieras más, grandes y pequeñas, dóciles y salvajes.
Indudablemente, se trata de una tarea lo indecible de complicada, porque debe lograr someter a un animal de una naturaleza tan rara, tan fuera de lo común, porque todas esas fieras que constituyen el ser de este animal, no aceptan ni el mismo trato, ni la misma forma de hablarles, ni el mismo alimento, ni el mismo consuelo, ni la misma forma de llamarlas, porque lo que le gusta a una, la otra lo rechaza, y así sucesivamente.
¿Qué tendría que hacer la persona que tiene a su cargo el cuidado de semejante animal? ¡Nada más que hacerse de un conocimiento igual de múltiple y variado, adecuado para cada una de las fieras que forman parte de él! A cada una debe dedicarle una atención aparte, individualizada, para poder orientarle y ayudarle a mantenerse sana. Bien, lo mismo ocurre con el cuerpo comunitario de la Iglesia: está compuesto por una gran multitud de personas, cada una distinta de la otra, con un comportamiento y una forma de pensar diferentes, a semejanza del animal que mencioné antes, conformado por un gran número de animales distintos entre sí.
Por esta razón, el sacerdote tiene que ser simple y unitario, actuando siempre según el espíritu de justicia que debe regir en todo, pero también adaptándose a las distintas formas, a los distintos modos de ser de sus feligreses, eso sí, manteniéndose firme en su palabra, para que esta sea de beneficio para todos.
(Traducido de: Sfântul Grigore din Nazianz, Despre Preoție, traducere de Dumitru Fecioru, Editura Sophia, 2004, pp. 243-244)