Para que Dios venga a nuestro interior
El hombre debe ser capaz de una experiencia consciente siempre nueva, más profunda, de Dios.
Para hacernos lugar de “descanso” para Dios, o para que Él nos tenga a nosotros como punto de “descanso”, la mente humana debe ser capaz de recibir en su interior una conciencia infinitamente profunda y luminosa. Dios debe hallar en ella la posibilidad de reflejar Su luz hasta el infinito, la posibilidad de una profundidad sin fin. El hombre debe ser capaz de una experiencia consciente siempre nueva, más profunda, de Dios; y Dios, a Su vez, se goza de esta continua renovación del júbilo del hombre en el que Él “descansa”.
El hombre no debe permanecer invariable en la experiencia de Dios: en tal caso, Dios Mismo no podría gozarse de ese “descanso” continuo en el hombre. El hombre en el cual Dios descansa, debe reflejar el infinito de la luz consciente de Dios; el infinito de Dios debe hacerse propio del hombre por medio de la Gracia. Esta es la deificación del hombre en Dios y la renovación de Dios en el hombre. Es la unión entre Dios y el hombre en el Espíritu Santo, el Espíritu de la luz: el Espíritu que brilla desde Dios deviene en Espíritu del hombre por la Gracia.
Afirmando esta compenetración del hombre con Dios, sin mezclarse entre sí, el cristianismo reveló el inmenso e indefinible misterio de la persona humana y su conciencia.
(Traducido de: Părintele Dumitru Stăniloae, Rugăciunea lui Iisus și experiența Duhului Sfânt, Editura Deisis, Sibiu, 1995, p. 63)