Para que nuestras oraciones sean escuchadas...
“Quien desee con todo el corazón y suspire por ser de Cristo, antes debe tenerlo a Él en su corazón, renunciando a su propia voluntad para poder cumplir con la Suya”.
“Nuestras oraciones no son atendidas, porque no somos dignos y no merecemos que Dios nos escuche”, dice el venerable Porfirio, agregando que “hasta la más ínfima ofensa o injuria proferida contra tu semejante afectará tu alma: te perturbarás y no podrás ya concentrarte al orar”. Debemos hacernos dignos para poder orar, dice el piadoso Porfirio. Nuestra indignidad y la falta de concentración al orar proviene del hecho de que no amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos. También nuestro Señor nos llama la atención: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”. (Mateo 5, 23-24). La verdadera oración no es para nada fácil. Se basa en una fuerte relación con Dios, y también en la entrega total y la sumisión de nuestra voluntad a la de Dios.
San Porfirio lo explica así: “Quien desee con todo el corazón y suspire por ser de Cristo, antes debe tenerlo a Él en su corazón, renunciando a su propia voluntad para poder cumplir con la Suya”. ¡Y vaya si no es difícil someter nuestra voluntad a la de Dios! La mejor forma para vencer este obstáculo es cumplir con los mandamientos de Dios. Este es el signo del amor que nosotros debemos demostrarle a Cristo. Y he aquí que también Él nos remarca este aspecto, diciendo: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ése me ama; y al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Juan 14, 21). Para estar unidos con Cristo, debemos hacer un esfuerzo constante, como dice el venerable Porfirio: “Debemos luchar como contra un león salvaje y derrotarlo, porque la corona la obtiene solamente aquel que vence”.