Para que nuestro ayuno sea verdaderamente provechoso
Este período de ayuno pide de nosotros determinados esfuerzos espirituales en mayor medida que de costumbre, es decir, más devoción, más valor, más fortaleza, más paciencia, una oración ferviente, una contrición con lágrimas, una preferencia por el silencio antes que hablar, un hablar mesurado…
Como sabemos bien, nos hallamos en un período de ayuno, el cual pide de nosotros determinados esfuerzos espirituales en mayor medida que de costumbre, es decir, más devoción, más valor, más fortaleza, más paciencia, una oración ferviente, una contrición con lágrimas, una preferencia por el silencio antes que hablar, un hablar mesurado, una obediencia ciega, una humildad con el corazón compungido, templanza y distancia no solamente de ciertos alimentos y bebidas, sino también de la envidia, el odio, la ira y la irascibiidad, la enemistad, las lamentaciones, el orgullo y cualquier otra pasión. ¡Examinémonos, hijos, y estemos atentos a todo esto, por favor! Es necesario que cada uno se purifique de las pasiones mencionadas, para poder ser vasos elegidos, címbalos resonantes de Dios, salterios gozosos, para recibir el Espíritu Santo. A todo esto nos invita el presente período de ayuno.
Que nadie me diga: “Padre, yo canto mucho y oro aún más. Como poco y bebo menos. En mi celda hago vigilias e incontables postraciones; además, elevo mis manos al Cielo desde muy temprano”. Claro que todo eso es bueno, ¡faltaba más! Pero también es necesario que me diga que su mente está dirigida a Dios, su espíritu se mantiene contrito y que ha anulado su voluntad, siempre dispuesto a obedecer y a no contradecir, ni a lamentarse, ni a envidiar a su hermano, ni a pensar cosas vanas, ni a hablar sin necesidad, entre otras cosas, como: “¿por qué ese es así, por qué aquel otro es de esa otra manera?”. Y que (me diga que) su corazón no ha cambiado por todas esas cosas, envileciendo su rostro y, en vez de sacar lo bueno que hay en el buen tesoro de su alma, manifiesta únicamente palabras malas que provienen de la falta de fe y del santo temor de Dios, entre otras debilidades, que no solamente a él, sino también a otros pueden llevar a caer en pecado.
Hermanos, esas no son las obras del ayuno, ni de la templanza, sino solamente si el ayuno implica humildad y obediencia, como dije antes. Porque solamente con ests dos aspectos, como si fueran alas, el obediente se eleva al cielo y empieza a dialogar con Dios.
(Traducido de: Sfântul Teodor Studitul, Catehezele Mari, Cateheza 33, Editura Doxologia, în curs de apariție)