Para sanarnos de veneno del pecado
Los cristianos viajamos hacia la Patria celestial, misma que nos fuera prometida. Así, atravesando el desierto de este mundo, sufrimos por causa de la serpiente venenosa, el demonio.
Los hijos de Israel, cuando salieron de Egipto para dirigirse a la tierra prometida, fueron mordidos por las serpientes. Dios, apiadándose de ellos, le ordenó a Moisés que pusiera una serpiente de cobre en un madero alto, para que aquellos que habían sido atacados por dichos animales, al ver aquella figura de cobre, sanaran. Así lo hicieron, y sanaron, (Números 21, 6-9)
Cristiano, nosotros viajamos hacia la Patria celestial, misma que nos fuera prometida. Así, atravesando el desierto de este mundo, sufrimos por causa de la serpiente venenosa, el demonio. Cuando, por descuido nuestro, esa terrible víbora nos muerda, al sentir su veneno asesino entrarnos en el alma, alcemos los ojos a Cristo, el Hijo de Dios, a Aquel que está a la diestra de Dios Padre, a Aquel que fuera alzado a la Cruz, a Aquel que fuera crucificado y muerto por nuestros pecados. “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna” (Juan 3, 14-15).
¡Oh, Jesús, Fuerza y Esperanza de nuestra salvación, Tú que estás a la derecha del Padre, en Su gloria! ¡Ten piedad de nosotros, Tú que nos redimiste con Tu preciosísima Sangre!
(Traducido de: Sfântul Tihon din Zadonsk, Comoară duhovnicească, din lume adunată, Editura Egumenița, Galați, 2008, p. 106)